Ya sé que voy contracorriente, pero no me gusta este cambio horario, este «atraso» horario que rige en nuestro país y que se ha hecho efectivo este fin de semana. No es bueno para nadie, sólo para los turistas, para los juerguistas y para los bolsistas y directivos. Ellos encuentran satisfacción en aprovechar más la luz levantándose «más tarde» y haciendo que la jornada se prolongue indefinidamente, siga siendo de día «muy tarde» y puedan de esa forma llegar a casa «más tarde». Pero ……. eso sólo fomenta un espíritu vago, paradójicamente cuando las jornadas se prolongan más fácilmente, dado que todavía «no se hace de noche».
Es lamentable. Las personas normales nos levantamos antes de que salga el sol, siempre, durante todo el año, y eso no es bueno. Y nos acostamos demasiado tarde, pensando que es demasiado pronto. A mí me gusta levantarme con el sol, pero hoy la luz no se hace efectiva más que más de las ocho y media de la mañana, y eso porque vivo en Madrid, porque en Galicia, la luz casi casi se empezará a vislumbrar a las nueve de la mañana. Es decir, me levanto a la misma hora solar que cualquier latinoamericano que ve la luz solar a las seis de la mañana, y sin embargo, tengo la sensación de ser un vago cuando miro el reloj y veo que son las ocho y media de la mañana, ¡qué tarde! me digo.
Las tardes, justo ahora que empieza el calor, se hacen inacabables, sólo propias para «dormir siestas» con pijama. Y los que no pueden hacerlo, porque tienen que fichar y currar, sienten que la siesta está en su interior y el día laboral se hace interminable.
Y ya no hablemos de los niños, que sufren, también sin darse cuenta, un desafuero total en su cuerpo y en su espíritu. No se puede levantar a los niños a horas tan tempranas, y sin luz; ni no poder acostarlos, porque se resisten, con tanta luz.
Nuestro país va dos horas por delante de la hora que tendría que tener. Ahora que son las nueve, tendrían que ser las siete. Yo estaría contento porque me había «levantado» pronto, y no cabreado porque me «he levantado tarde», y los turistas tendrían tiempo de sobra para tirarse a la bartola en la hamaca o para comer lo que quisieran en el buffet o para dar algún paseo por las tiendas o para luego salir de copas, sin necesidad de hacer interminables los días.
Estamos al oeste del meridiano de Greenwich y ahora ir con el sol serían las siete y no las nueve. ¡Estamos locos! y lo peor es que la gente poco a poco acostumbrada a esas malas costumbres, les encanta que el día no acabe nunca y que no haya ninguna razòn para irse a dormir a las horas en que razonablemente se va uno a dormir. Llega un punto en que no sólo aceptamos con gusto el cambio horario, y «nuestro adelanto», sino que nos gusta, ¿será que «tenemos miedo» a quedarnos dormidos, como si fuéramos niños pequeños asustados?. Resulta que al final dormimos menos que la media europea. No podía ser de otro modo.
Interminables y sólo pensados para el ocio.