No entiendo la investigación hecha en un despacho, rodeado de libros y compuesta de una especie de puzzle de citas y reflexiones teóricas. La entiendo como acción. Toda acción ha de llevar aneja una investigación, porque toda acción es un principio de investigación.
Nunca he comprendido la distinción entre el «hombre de acción» y el «teórico-científico», en el que el segundo aportaba conocimiento al primero, para que este tomase las decisiones. ¿Cómo van a ser mejores las decisiones que tome alguien que sólo conoce el tema por sus resultados, pero no ha vivido los procesos y la construcción de un modelo explicativo? Me parece una gran aberración, todavía, por desgracia, presente en nuestras universidades y en nuestra cultura. Todavía recuerdo a un presidente de una empresa que nos reunía y lo primero que nos decía era que teníamos que hablar sobre tal tema, pero que él sería el que tomaría las decisiones. De pena.
Lo cierto es que no puedo comprender el conocimiento aislado de la acción, y por tanto, el científico ha de ser también un hombre de acción, como se decía. Tiene que aprender a hacer investigando o a investigar haciendo, pero mejor lo primero. Seguir el proceso de la acción y darle respaldo con una investigación paralela es lo ideal desde un punto de vista metodológico, lo que se denomina por los anglosajones: action-research, ese planteamiento con origen en Lewin y con desarrollo a partir del Tavistock Institute principalmente.
No es sólo que la investigación ha de servir para cambiar las cosas, sino que acción e investigación han de correr paralelas. Nos ahorraríamos muchísimas tonterías y una gran cantidad de errores, si cada vez que tomamos una línea de acción nos hiciéramos acompañar por un investigador. Algo parecido a lo que hacían los españoles cuando conquistaban por las américas: iba un práctico que era el jefe de la expedición, un aventurero más o menos contrastado, pero se hacía acompañar obligatoriamente por un escriba, y el escriba analizaba, hacia su cuaderno de bitácora particular de lo que estaba ocurriendo, tenía línea directa o casi con los que mandaban, y de esa forma la acción se acompañaba de memoria y de conocimiento.
Es un paralelo algo forzado, pero sirve para darnos cuenta de la importancia que tiene transformar e investigar en un mismo acto. Y cuidado, lo más importante es la acción, tiene que ser prioritaria, en tanto la investigación la acompaña como elemento estructural, como obligado acompañamiento. Por eso, al científico lo entiendo más como un hombre de acción que como un ratón de biblioteca. A este hay que sacarlo de la biblioteca y al hombre de acción que todos llevamos dentro hay que dejarlo moverse, pero con los límites del conocimiento. Decía Gramsci que toda verdad es siempre revolucionaria. Saber lo que ocurre es la antesala de saber que hacer, por tanto, aunque las cosas empiezan cambiándolas, es decir, haciendo; no se resuelven hasta que empezamos a comprender por qué han ocurrido y cómo han ocurrido.
En consecuencia, la acción ha de anteceder a la investigación, y la investigación acompañar a la acción. Esto que está mucho más claro en muchas ciencias naturales, no en todas, y en algunas sociales, no lo está tanto en la mayoría de las disciplinas sociales, donde se hace demasiado trabajo de erudición y bien poco de campo, o cuando se hace éste se vive bien lejos del campo.
Otro aspecto que quisiera resaltar para forjar un investigador es imbuirlo del carácter social del proceso y de los resultados del mismo. La investigación auténtica se hace con otros y para otros, y básicamente en función de necesidades -y no de donde haya más o menos dinero para hacerla-, pero se hace con otros, se hace socialmente, apoyándonos unos en otros, en grupo, en espacios de intercambio y de interrelación, contrastando lo que avanzamos y dándonos cuenta de la importancia del otro, que es el que nos salva, finalmente, como dice Sábato.
Pero es que ademas, la investigación tiene que tener un principio social, una necesidad realmente sentida por la sociedad. Si el problema es el hambre, hay que trabajar ese tema. Si el problema es la pobreza, hay que investigar como superar esos límites y dificultades y como transcenderlas o sublimarlas. Si el problema es la conflictividad, se trata de abordarla y paliarla en la medida de nuestras fuerzas y conocimientos. Si el problema es la explotación, tenemos que lograr que se reduzca, que tienda a cero. Si el problema es la ignorancia, eso es lo que hay que dedicar esfuerzos. ….. No vale cualquier tema para investigar …. se investiga lo que se necesita, y dentro de eso, lo que más se necesita, lo que es una necesidad estructural o muy amplia socialmente.
La sociedad actual, tal y como está enfocada, no acaba investigando los grandes problemas, sino otros para favorecer situaciones de continuidad de poder o de mayor explotación o de mayor ignorancia o de mayor pobreza. Implícitamente es lo que hacemos cuando no abordamos los problemas auténticos, los que requieren de nuestros esfuerzos. Pero lo cierto es que las grandes corporaciones y el Estado son los que gastan y favorecen determinados tipos de investigación que normalmente tienen poco que ver con cambiar las cosas que funcionan mal en nuestras sociedades. Sin embargo, la economía competitiva -las pequeñas empresas, la economía informal y de subsistencia-, los marginales sociales, las clases desfavorecidas, como no pueden financiar investigaciones, al final se quedan con los restos, con pequeñas contribuciones que son más «de mala conciencia» que de propósito.
Hay que investigar lo que hay que investigar, y no sólo cuando hay dinero para investigar. Porque así reproducimos de manera ampliada el mismo modelo de poder y de mala vida en que nos desenvolvemos. Hay que dedicar esfuerzos a reconstruir lo social y lo ambiental, a conferir nuevo sentido a las personas, a educarlas y ayudarles a ser más libres, a todas esas cosas que parece que «no tienen ninguna importancia» en nuestra sociedad.
Y el científico ha de ser un hombre de acción, y su objetivo estratégico ha de ser cambiar su entorno, mejorarlo, transformarlo en un mundo mejor, en un mundo más humano, en un mundo más a nuestra medida.
Ahora tengo entre manos varias líneas de investigación, y siempre hay una que podíamos llamar troncal o estructural, porque es como un gran repositorio donde van recabando las experiencias de innovación que tengo la oportunidad de vivir. Hace unos días terminaba un artículo sobre «innovación en las administraciones públicas», que será inmediatamente publicado por una revista como Madri+d, especializada en investigación, innovación y tecnología. Complementa la línea básica del programa de investigación, aunque es un primer avance, al que seguirán otras experiencias, una de ellas a comenzar en el mes de junio. Mi idea es promover espacios y programas de innovación propios para las administraciones públicas, bien a nivel estatal o en el plano autonómico. El punto de partida ya está definido. Continuaremos construyendo el modelo adecuado. En esa línea que llamamos estructural ya hemos caminado por el mundo organizativo, en sus diversas vertientes; igualmente nos hemos adentrado en lo que he venido llamando Dirección Innovadora; también andamos con paso firme por la innovación educativa; y ahora se suma la innovación en la administración pública. Todavía no hemos acumulado experiencias suficientes para determinar el mundo de la innovación local-territorial, en el que vengo trabajando desde hace tres años. Esta es mi ruta estructural del programa de investigación sobre innovación.