«No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias hi hacer que la gente recuerde a seres que jamáshan existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido» Javier Marías inicia así «Tu rostro mañana», de forma desgarrada, escéptica, autocrítica, en cierto modo desesperanzada.

Y más de una vez se siente uno así: contar más cosas, ¿qué sentido tiene? ¿para quién escribimos? ¿para nosotros mismos? ¿para perdernos también en el «tuerto e inseguro olvido»? ¿Qué poco queda de nosotros, de nuestras intenciones, de la energía vertida en páginas y páginas? ¿Qué poco somos? …. Nos invaden esas sensaciones y tenemos que ser capaces una vez más de darles entierro digno, de al menos dejarlas que sin morir en nosotros, se aparten y nosotros sigamos contando lo que somos, lo que hemos sido, lo que queremos ser, …… porque sino ¿qué sería finalmente de nosotros, mientras aquí sigamos?.

La carta de despedida de mi amigo Paco Alburquerque me ha afectado profundamente. Me he visto a mi mismo haciendo cosas similares, cuando en unos años deje la universidad. Ya lo hice cuando denuncié la mayor de las traiciones hace tal vez más de veinte años, y de nada sirvió, sólo para poder pensar que la ignominia, la mentira y la falsedad es lo que finalmente triunfa en estos mundos vacíos de valores y de humanidad.

Tal vez haya sido el regreso a Madrid, la pérdida de la tierra, de mi tierra, nuevamente. Lo cierto es que hoy me levanté melancólico y hasta me encontré con unos sones del gran Nicolás Guillén de los que suelo huir, pero ahí están:

«Si es que me quieres matar ….
no esperes a que me duerma,
pues no podré despertar»

y otro:

«Iba yo por un camino,
cuando con la Muerte di,
-¡Amigo! -gritó la Muerte-,
pero no le respondí,
pero no le respondí;
miré no más a la Muerte,
pero no le respondí»

«Llevaba yo un lirio blanco,
cuando con la Muerte di.
Me pidió el lirio la Muerte,
pero no le respondí,
pero no le respondí;
miré no más a la Muerte,
pero no le respondí»

Hay días que no vale la pena abrir los ojos. Pero siempre queda alguna esperanza.

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