Voy a recuperar un texto escrito a finales de los noventa, aunque tuvo su raíz en un gran estudio sobre directivos que emprendí, junto con mi grupo de trabajo, a finales de los años ochenta. Trata sobre las características básicas de lo que no debe ser un directivo, de lo que no es dirigir, sino maldirigir. Uno de los primeros aspectos de la realidad directiva es que tiende a mirar hacia arriba y no hacia abajo o a los lados. Mirar hacia arriba es mirar a la propia promoción, a uno mismo, a su egoismo, porque los «jefes» siempre necesitan que «los miremos», y nos recompensan si lo hacemos, y nos castigan si no lo hacemos. Ser críticos o distantes con los jefes es un peligro para tu propio puesto de trabajo, al menos a medio plazo. Y sin embargo, ser cercanos, imitarlos, preguntarles, «acunarles», sonreírles, seguirlos ….. es lo que se suele llamar en los ámbitos empresariales como «lealtad» (sic), palabra que no expresa realmente la verdad de la lealtad, sino más bien todo lo contrario, una especie de «peloteo» que sirve para autocomplacencia del jefe y para mantener el puesto y hasta promocionar por parte del subordinado. Estas cosas, como se suele decir, «ocurren hasta en las mejore familias», o sea, son «lo normal», las reglas del juego de las instituciones, y de sus directivos. Si no se participa en ellas, se queda marginado. Si se siguen, puede uno «hacer carrera». Bueno, pues haciendo el famoso estudio de directivos de 1988 descubrimos ocho características que se daban en ese mal directivo que abunda por esos mundos de dios. Se pueden encontrar todas ellas en el capítulo quinto de mi libro «Innovando en la empresa» (Gestión 2000, Barcelona 1999). Aquí reproduzco una parte, y no completa, la que hace referencia a «mirar hacia arriba». Es muy ilustrativa, a mi modo de ver. Espero que guste.

La mirada hacia arriba ……

Lo primero que destaca en este caso es la dependencia de la alta dirección. El directivo estaba preocupado especial y casi centralmente, estructuralmente, por lo que hiciera o dijera el que estaba más arriba. Su actitud es la de mirar hacia arriba antes que en otra dirección (Téngase en cuenta que esto es muy importante, porque el directivo puede mirar al cliente, o puede mirar por su gente, o puede mirar al horizonte, en que entrelaza cliente, accionista, su equipo, y sus jefes. Evidentemente, la forma integrada que busca y actúa en función de búsqueda de rentabilidad para el accionista, de satisfacción para su equipo, y de mejor calidad-precio-coste para los clientes es el horizonte estratégico a conseguir. Aquí lo primero que mira el directivo es a su jefe inmediato o a su director general o a su presidente, y los atiende antes que nada), está pendiente de lo que se diga en las altas esferas.

Está -estaba- preocupado por lo que lo que “necesitaba” el superior (Y tendía a pensar en términos de subordinación interesada, por lo que en la base de esta actitud no está la disciplina o la fidelidad, sino un interés encubierto que busca oportunidades prontas de promoción). De esta forma, “se ponía al lado” del superior -que no tenía que ser inmediato, sino que podía ser directamente el Presidente- y buscaba así espacios de promoción personal y de mejora de su posición en la “pajarera” organizacional, o también buscaba “seguridad”. Esta subordinación interesada centraba una gran parte de las preocupaciones del directivo.

Sin embargo, y por contraste, estaba poco preocupado por su equipo y por su empresa, lo que reforzaría su visión individualista. El equipo tenía que ser un “equipo de fieles”, de “gente de confianza”, que también era “obligado” a mirar hacia arriba constantemente. Es decir, este problema nacía de un estilo de dirección marcado inconscientemente y en la práctica desde las altas instancias, desde la Alta Dirección de la empresa. Equipos de fieles, de hombres de confianza, de directivos que se preocupan por lo que yo -que estoy arriba- necesito.

Por otra parte, y reforzando esta actitud individualista, la preocupación no es la empresa, sino yo mismo a través de mis superiores. Esto produce un mundo de culpas más que de responsabilidades, ya que la responsabilidad primera y última de una empresa y de sus directivos es atender al cliente; sin embargo, el comportamiento se mueve en un plano subjetivo de intereses no profesionales, sino afectivos, donde si no se adopta el rol que se demanda, uno es cesado y apartado del reino de “dios”, y si, por el contrario, juega las reglas implícitas del juego, es promocionado hasta la “diestra” del presidente. La prepotencia y el narcisismo es, en última instancia, la razón de este tipo de comportamiento, y como tal, desarrolla a lo largo de toda la organización, prepotencia -todo el mundo ha de mirar hacia arriba- y narcisismo -nos miramos el ombligo y no miramos adonde necesitamos mirar que es hacia el cliente y sus necesidades-.

Este comportamiento produce una falta de continuidad en las acciones empresariales que están movidas por el “capricho” más que por procesos profesionalizados, y una de sus consecuencias es la sensación de “inestabilidad” que produce entre los equipos de colaboradores y los mismos directivos, que ven peligrar su situación en función de que no se cumpla con lo que se espera que se haga. Esto es paradógico en una situación empresarial de “absoluta estabilidad de empleo”. A pesar de ello, los mensajes del presidente desde casi el comienzo de su mandato eran claros: “en Telefónica, sobra la tercera parte de la plantilla”, con lo que todo el mundo se puede sentir tercera parte, es decir, se ha situado al colectivo en una posición regresiva, de dependencia del superior, porque “su empleo pende de un hilo”.

La forma de reforzar nuestra estabilidad emocional es buscando la protección y la satisfacción del que está arriba, de cualquiera que está arriba, y que puede protegernos, pero al mismo tiempo, puede liquidarnos. Un mundo de culpas, un mundo regresivo, un mundo emocionalmente constreñido, un mundo que depende de la alta dirección. Como se ve, un mundo así no produce empresa, ni tampoco grupo. Esta claro que producir empresa es producir grupo, y viceversa. Pero aquí la faceta profesional no es importante. Es un mundo politizado, en el peor de los sentidos de la palabra, en un sentido maquiavélico o leninista.

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