Rosalía de Castro: «En las orillas del Sar»

Subiendo, bajando era también una película muy graciosa de Cantinflas, bueno, no me acuerdo exactamente del nombre, pero venía a tener el mismo sentido.

No hay líneas rectas ni lineales en nuestra vida, es una continua montaña rusa, un subir y bajar. No se sube sólo cuando se es joven, y se baja cuando se llega a la madurez, eso sería simple, sino que las cosas son más complejas, y el subir y bajar es errático, y pasamos por fases o etapas, donde básicamente parece consolidarse una tendencia, pero pronto nos damos cuenta de que no, de que también existen las contrarias o hasta aquellas en que descansamos, y preferimos o vivimos sin preferir una «encefalografía plana» o un relax que no es lo mismo.

En realidad, tenemos que saber conservar y desarrollar nuestras energías y potencialidades, pero a veces para relanzarte es preciso pararte, y hasta deprimirte. La depresión es un momento ideal para repensar tu camino, para pensar en los errores y en los aciertos, para disfrutar de lo que hemos hecho y hacer memoria, y para asentarse sobre bases que en principio creemos más firmes. La depresión es casi conveniente, sobre todo en aquellas personas más creativas, innovadoras o proactivas. En caso de no tener ese tiempo para descansar, para refrescarse, hasta para restaurarse, el cuerpo, lo físico es probable que no aguantara, y la mente tampoco. Tener la mente ágil es también saber vivir hasta placenteramente, como diría Epicuro, las bajadas. Para sentir que las etapas depresivas no son más que un paso más en el camino, y un paso muchas veces repetido, solo necesitamos ser conscientes de la necesidad de mente-cuerpo de relajarse, de replantearse las cosas, de encontrar nuevas rutas. No nos damos cuenta de la importancia que eso tiene para todos nosotros, hasta que somos capaces de vivirlo conscientemente.

Y lo mismo son las depresiones-crisis de los ciclos económicos. Si aceptáramos con más tranquilidad el descanso que necesitamos ante la tensión y stress permanente en que vivimos, no sufriríamos como sufrimos, ya no sólo cuando ocurren, sino y sobre todo, cuando pensamos que nunca van a ocurrir y ocurren. Ahora es el momento de reflexionar, es el momento de pensar humanamente, pensar a partir de las personas -somos nosotros y no las máquinas las que vamos a salir de esto, o no vamos a salir-, a partir de los grupos, a partir de las colectividades, a partir de las bases.

Es un momento para recuperar y restaurar los equilibrios que han sido rotos. El sistema capitalista de la globalización los ha tensado y casi roto hasta límites que nunca podíamos sospechar y la distribución de la riqueza y de la renta ha empeorado substancialmente. Tenemos que reponer todo esto, tenemos que recuperar ciertos equilibrios, no digo igualdades que no las veo posibles, pero si equilibrios.

El sistema ha roto los equilibrios básicos, y la sociedad está desesperada por esos movimientos, porque no entiende que haciendo las cosas razonablemente bien y hasta mejor que antes, no puedan vivir como antes. Y esto es muy duro, porque mucha gente no puede entender que es lo que está realmente pasando, por es muy complejo, y sólo podemos aproximarnos a lo que pasa. Lo cierto es que los equilibrios se han roto, y profundamente, y necesitamos reponerlos, pero reponerlos no es volverlos a situaciones precedentes, porque eso tampoco es posible -la historia no se repite- y no valen de nada las nostalgias del pasado, porque el presente que va a seguir y el futuro serán diferentes, aunque se deberán recuperar determinados equilibrios para que la vida sea más posible.

Los ricos se han hecho demasiado ricos; los directivos-ejecutivos mucho más todavía; los trabajadores tienden a refugiarse en la economía informal; las mafias están más presentes y con más poder; la gente consume muchas más substancias porque no sabe que hacer; la sociedad está bastante desquiciada, en general, y esos equilibrios se han roto.

Hoy, por ejemplo, -y saco este tema porque preocupa a una buena parte de la sociedad, la parte más nostálgica y circular- no podemos aspirar a que «vuelva la familia» de hace treinta años; las parejas van a ser, ya lo son, diferentes, menos «para toda la vida», y más flexibles y condescendientes; ….. los equilibrios se forjarán sobre nuevas bases que ya están constituidas en lo esencial, y no van a regresar a esa familia patriarcal y tradicional de la que somos hijos.

A esto me refiero con los equilibrios: necesitamos otras proporciones, como diría Perroux, otras proporciones, otros equilibrios. Y por supuesto, equilibrios dinámicos, nada de equilibrios para toda la vida, porque el rio no se vuelve a repetir, sigue y sigue renovándose continuamente, erosionando el terreno por donde fluye, abarcando más espacio o achicándose, pero cambia su rumbo continuamente, sin dudarlo. Y la vida es como un rio, un rio que nos lleva, un río con el que tenemos que dialogar, porque si le oponemos cosas, acabará saltando por encima también de nosotros mismos, y sin embargo, si hablamos hasta críticamente con él, podemos comprender mejor la esencia de lo que es, y poder disfrutar mucho más de sus torrentes, de sus «cachoeiras», de sus remansos, de la placidez de sus desembocaduras y deltas, …….

Y esta es la cuestión, recomponer nuestros equilibrios personales, grupales y sociales. Y para eso nos va a servir de muy poco la tecnología que los poderes tanto esperan para sacarnos de la estacada. La tecnología, primero, es nuestro producto; pero segundo, acaba cambiando la vida no necesariamente en la línea más adecuada para humanizar nuestros comportamientos y conductas, sino en el sentido de los que la han diseñado y financiado. No es la tecnología, sino las personas, los seres humanos, los grupos de personas, las redes de intercambio y de conexión entre personas, la cooperación y la solidaridad, y sobre todo, la participación de todos, lo que hará que las cosas se reequilibren y dejemos de sentir el peso de esa depresión que cada día está más presente en nosotros, porque no sabemos como salir de este embrollo, donde no nos sentimos culpables ni partícipes de lo que está ocurriendo, pero al final «pagamos los platos rotos» por otros.

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