Todo lo que he leído de Houellebecq me ha gustado: «Las partículas elementales», «La plataforma», «Ampliación del campo de batalla» y «Lanzarote», de donde entresaco esa frase de inicio. Es más, he buscado más novelas de este autor, pero no he tenido suerte. Hacía tiempo que no lo volvía a intentar. Hoy me he encontrado nuevamente con él.

«Lanzarote» empieza como empiezan muchas aventuras dichosas, y que lo son precisamente porque así se inician. Cuando no esperamos nada, cuando estamos «autocondenados» al fracaso, cuando no tenemos esperanza de que las cosas puedan resultar mínimamente bien ….. justo en esos momentos, y tal vez por la actitud -al menos, eso creo-, todo funciona. E inesperadamente lo que iba a funcionar mal, funciona mejor.

En esta primera frase Houellebecq nos introduce en un estado de ánimo casi de predestinación: » …… me di cuenta de que mi fiesta de fin de año iba a ser probablemente un fracaso, como de costumbre.» Casi ninguna esperanza, pero luego las cosas van a resultar.

Siempre he pensado así: casi nunca he tenido más esperanzas de las que era razonable o tal vez menos, pero cuantas menos razones tenía para pensar que las cosas serían maravillosas, lo eran o llegaban a serlo. Recuerdo un fin de año que vimos una oferta para ir a Puerto Plata. Hace ya casi veinte años. Me sonaba, pero tuve que recurrir a los mapas para situarme y a las enciclopedias para saber lo que no sabía, o si lo sabía, lo había olvidado, que Puerto Plata había sido el lugar de acceso de Colón a América. Compramos los billetes pensando que «bueno, por lo menos, no tenemos que aguantar el fin de año en Madrid». Y fue un descubrimiento, un gran descubrimiento. Luego, he tenido oportunidad de viajar otras tres veces a la República Dominicana, pero como Puerto Plata nada. Lo mismo nos pasó con Salvador de Bahía, aunque ahí había más expectativas, pero todas se rebasaron por la realidad de un lugar único para empezar a conocer Brasil.

Otras veces, sin embargo, me he propuesto hacer un viaje de esos que te apetece y que además, venía recomendado por amigos y conocidos, y la decepción rompió el sentido de las cosas.

¿A que se debe todo esto? No es una cuestión de azar, ni tampoco una casualidad. Si no esperamos o esperamos cualquier cosa, es fácil encontrar el atractivo de lo que viene o adonde vas. Si, por el contrario, nos apetece mucho algo, igual que ir a una película de estas que todo el mundo te recomienda, empiezas a ponerle pegas ya desde las primeras imágenes. Estados de ánimo, estados de ánimo, que no son siempre iguales. En mi caso, al menos, prefiero no hacerme muchas ilusiones, que hacerme ilusiones vanas. ¿Para qué hacerse ilusiones? ¿Para qué pensar que todo va a funcionar? Mejor, prudencia y por supuesto, aún no estando muy convencido, poner toda la carne en el asador para conocer a priori el sitio adonde vas, o el proyecto que quieres emprender.

Ahora estoy en el diseño de un proyecto, y no quiero hacerme demasiadas ilusiones, porque es un proyecto entusiasmante, pero seguro que las cosas serán más complicadas de lo que pensaré si me creo demasiadas expectativas. Lo he empezado a enseñar, y gusta, pero tiene que conseguir financiación, y no vale una visión superficial para eso, también hay otros factores. Si creo demasiado en él, los que me lo vayan a financiar, igual sienten envidia, porque éste es un país de envidias destructivas. Mejor me contengo, mejor hasta lo retraso, mejor hasta espero a que se acerquen para pedírmelo …… mejor ….. no pienso que es un buen proyecto.

Son maneras culturales de ver las cosas, muy propias de mi nacimiento, de ser gallego. Muchos gallegos tendemos a ser así. No es que seamos pesimistas, sino que preferimos ser realistas y no «echar las campanas al vuelo». El cuento de la lechera es excesivamente cruel, para que a mi edad me vuelva a ocurrir.

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Un comentario en «Cuento»

  1. Son tan importantes las ilusiones en la vida que es apasionante sumergirse en la historia de esta palabra «ilusión».
    Si hacemos una excursión a lo que ella ha significado a los largo del tiempo, descubrimos lo que hay en su interior. Existe en todas las lenguas románicas. Procede del latín lúdere, que significa jugar; también de ilúdere: divertirse, hacer bromas, tener ocurrencias. Hay en ellas dos una intención entre jocosa y de engaño. En el Diccionario de autoridades, del siglo XVIII hay tres voces próximas: iluso: el que se deja engañar; ilusor: el que falsea; e ilusorio: el contenido de aquello que engaña. Es importante traer a colación la voz iludere: jugar con engaño…de ahí el término ilusionista o el que hace juego de manos y divierte con sus estratagemas.
    A los largo del tiempo, esta palabra ha tenido mala prensa. De ella derivaron expresiones como “hacerse ilusiones”, “de ilusión también se vive”, “es un iluso: no vive con los pies en la tierra” y otras similares de efecto negativo y burlón. La primera noción positiva de esta palabra la encontramos en el Diccionario de uso del español de Maria Moliner (1977), en el que se recoge la idea de la esperanza de alcanzar algo especial. Pero no es hasta 1982 cuado la Real Academia de la Lengua en el Diccionario de la lengua española, nos encontramos con esta acepción: “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. Viva complacencia en una persona, cosa o tarea”.
    Julián Marías le dedicó un ensayo a este tema: Breve tratado de la ilusión, en el que la sitúa como aquello que mueve nuestra condición y le da un carácter proyectivo. En cualquier caso la mirada que esta palabra nos ofrece es muy positiva, en la actualidad.
    La ilusión no es el contenido de la felicidad, pero si su envoltorio. Tener ilusiones es vivir hacia delante, mirando hacia el porvenir y en consecuencia tener metas, retos, objetivos y planes por cumplir. Vivimos en el presente, sí, pero impregnados de un futuro que se cuela dentro de nosotros y nos empuja a seguir hacia delante. Tener ilusiones es estar vivo y coleando. Como dice D. Quijote, “la felicidad no está en la posada, sino en medio del camino”. Nunca puede ser entendida como un destino, un lugar a donde uno llega y se instala y se queda allí ya de por vida.
    La vida da muchas vueltas. La mejor de las vidas está envuelta de sinsabores, heridas, dificultades, cosas que se han torcido y han seguido un derrotero inesperado para nosotros y nos han obligado de reconducir nuestra travesía de otro modo. Si la vida es la gran maestra, el tiempo es su gran escultor.
    Los psiquiatras dicen que los depresivos viven especialmente hacia atrás, atrapados en el pasado negativo.Las personas psicológicamente sanas viven en el presente, pero inmersas en un futuro inmediato, próximo y lejano. Ese futuro es el tirón que empuja a seguir luchando por sacar lo mejor de uno mismo.
    ¿En qué consiste entonces la felicidad ? La felicidad consiste en hacer algo que merezca la pena con la propia vida, algo positivo, de acuerdo con las posibilidades de cada uno. En una palabra: una vida lograda. Sacarle el máximo partido.
    La ilusión constituye la dimensión esencial del porvenir. Nos pasamos la vida pensando en el día de mañana. Vivir es adelantarse, proyectarse, desvivirse, paladear los sabores que existen en la vida como proyecto.. ,pero teniendo en cuenta que la vida está impregnada de amor, trabajo y cultura. Esta trilogía recorre nuestra existencia por caminos unas veces claros y otras más complicados.
    La ilusión de llegar a ser uno mismo luchando por superar las mil y una dificultades que inevitablemente encontramos en ella. Un buen lema es: luchar y pretender lo mejor. Buscar valores que le den calidad a la vida, en medio de una sociedad como en la que estamos inmersos. La felicidad consiste en sacarle el máximo jugo posible a nuestra existencia, en hacer algo que merezca la pena con la vida que uno tiene , cada uno de acuerdo con sus posibilidades y su situación.
    Hay que aspirar a una felicidad razonable, ya que la felicidad absoluta no existe, es un quimera, una pretensión vana, una utopia.Por tanto, lo más importante es la coherencia personal, y otra la ilusión que no hay que perderla, hay que mantener algo del cuento de la lechera, pero siempre razonablamente, siendo capaces de jugar como los niños, haciendo bromas y divirtiéndonos, y sabiendo mantener ese sentido lúdico de la palaba «ilusión».

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