El corre-corre, como decía mi maestro Piedrabuena, está tan establecido que no hay tiempo para tener tiempo. Todo prisa, todo correr, y nada ….. resolver o vivir o gozar.
Hay personas que parece que han nacido aceleradas, y otras que hacen como que lo son -porque está bien visto andar acelerado por la vida, «rápido, no tengo tiempo», «perdona, pero es que estoy agobiado», …..-; el mundo anda acelerado, parece que no tiene tiempo para pensar, ni para gozar, ni para sentirse a uno mismo, ni para hacer las cosas con calma, una detrás de otra. Un proyecto se superpone a otro, y así hasta el infinito …. y no tenemos tiempo. Queremos jornadas inacabables y queremos abarcarlo todo, y casi al tiempo. La institución que es profundamente conservadora en sus formas, sin embargo, obliga a los miembros a «hacer las cosas para anteayer, ya», los incorpora en un espacio donde no hay más que presentes súbitos, presentes sin pasado y sin futuro, presentes hasta sin presente, de tan súbito y acelerado que es. Una sociedad ha de vivir en el presente, vivirlo intensamente, conocerlo, revisar su conocimiento sobre él y sobre la circunstancia de cada uno, sobre su medio y sus relaciones; una sociedad necesita pensar y luego hacer, o hacer pensando, o hacer con pausas para reflexionar, o …… pero lo que no necesita es hacer por hacer, es moverse por moverse, es sentir que somos importantes porque tenemos poco tiempo, todo él ocupado.
Al final, los acelerones se pagan, también en enfermedades. Cada vez que me ocurre incorporo a esa dinámica, casi sin darme cuenta, sufro, y hasta enfermo. Esas dinámicas sociales, hay que decirlo, enferman, nos enferman. También físicamente. Y no son fáciles de controlar, porque se introducen en uno mismo, te acaban llevando por sus caminos, y perder los que de forma reflexiva creías que eran los tuyos. Se olvidan las rutas principales, y se cogen rutas secundarias, con mayor peligro y con menos eficiencia. Precisamente, no somos eficientes ni eficaces porque todo va «a cien por hora». Hacemos muchas cosas, pero muchas las tenemos que repetir, otras no las repetiremos, pero las hemos hecho regular, y otras también intentaremos olvidarlas, como olvidamos nuestros errores, que sin embargo, como decía Nietzsche son nuestros mejores maestros.
¿Qué sentido tiene todo esto, todo este corre-corre? Pienso que está sobre todo relacionado con el poder, y con las jerarquías. Con poderes y jerarquías ignorantes o casi, que se han montando en la columna de Simón y se piensan semi-dioses. Ayer me decía un presidente de una gran organización española, con gran agobio de tiempo y de urgencia, «que no podía hacer nada nuevo, y menos innovar, porque ahora el país le necesita», palabras casi textuales. ¿Cómo puede creer una persona supuestamente preparada que «el país le necesita» para seguir en sus urgencias y en sus luchas de poder. Sencillamente, impresentable. Pero no es un ejemplo, hay muchos más. Hay algo en las alturas, tal vez por el vértigo de las mismas alturas, que obliga a los que están en ellas a correr, a huir hacia adelante, a dar sensación de prisa, de agobio, de ser tan importante «que el país me necesita», y todo eso se va trasladando hacia abajo en la cadena institucional y el resultado es un mundo sin sentido, un mundo sin reflexión, un mundo que hace cosas, y luego no tiene ni tiempo de arrepentirse de hacerlas tan mal, porque hay que seguir haciendo cosas. De pena, sí, de pena, pero cierto, sí, muy cierto.
Todos acabamos siendo hombres corrientes ……..