Cuando mi hija, que vivía en California, se le ocurrió ponerle Galiza a mi segunda nieta, probablemente movido por un espíritu en cierto modo trasnochado, me molestó. No me parecía justo para la niña, eso creía yo. Hace creo unos dos años que regresaron de California, y se han asentado en Galiza, en el norte, y la niña se ha integrado en una escuela, donde aparte del inglés y el español, ahora también ha aprendido galego, y por supuesto, no hay ningún problema para que se llame Galiza. Y se llama Galiza y no Galicia, que es la grafía auténtica de mi país. Galicia, como mucha de la grafía aceptada, suena a castellano. No se trata de hacer una grafía lusista, sino de una grafía que tenga que ver con lo propio, y desde luego, incorporar ese diptongo final no tiene sentido en términos gallegos. Pero los que mandan, siguen llamándole Galicia, y yo sigo pensando que debe denominarse Galiza.
Recuerdo que cuando llegué a Madrid, allá por el verano del 63, viví durante un año y pico en una pensión que estaba llena de gallegos de la emigración, y todos decíamos Galiza. Ahí aprendí a llamarle Galiza. Bueno, es probable que sea un romanticismo, pero no puedo sentir las cosas, ni hasta muchas de las expresiones escritas del idioma normalizado gallego, porque las siento mucho más en castellano que en gallego, porque la grafía sigue renunciando a sus raíces, también algunos de sus modos expresivos. Desde muy pequeño he hablado un gallego aprendido en la calle, donde era el idioma común. Aún viviendo lejos, lo hablo bien, aunque no de manera normalizada, burocratizada -digo yo-, y a muchos gallegos de allí y de la emigración les pasa como a mi, hablamos nuestro gallego, y a la hora de escribirlo tenemos problemas, porque no nos sentimos identificados con una buena parte de la grafía asignada en el lenguaje normalizado.
He leído muchas cosas en gallego, muchas, sobre todo desde la adolescencia, y el normalizado que a veces leo tiene poco que ver con muchas de ellas. Cuando leo con las grafías «inventadas» por Castelao, o por Rosalía, o por Celso Emilio Ferreiro, me siento cómodo, y mi sentimiento sigue a mi pensamiento. Sin embargo, cuando tengo que leer el normalizado, no siento, sólo pienso y traduzco, es decir, el lenguaje no me llega o me llega poco. Tampoco me siento bien cuando leo con grafía lusista, porque inmediatamente «me traslado» al portugués, y leo en portugués y no en gallego. Necesitamos años para desarrollar nuestra propia grafía. Los poetas, los novelistas, los filólogos, nos ayudarán en la materialización de esa lengua, enriquecida por la variedad, y no homogeneizada por la necesidad. El gallego, como el castellano o cualquier lengua, son muchas lenguas, son muchas maneras de expresarse, son muchas fuentes y formas, no una singular y única. El idioma se hace hablando y escribiendo en él. No se hace políticamente o académicamente. Ellos están para sencillamente seguirnos, no para que les sigamos.
Para mi Galiza tendrá sentido si es Galiza, y tendrá un sentido más confuso, si se llama Galicia. Y no es precisamente porque mi nieta se llame así, sino porque así es como la he sentido desde que me convertí en uno más de la emigración, hace ya más de cuarenta años.
Ah, y «as pandeiradas» siempre me roban.
Repasando el video, me he apercibido de que muestra una imagen ideológica de Galiza, lo cual en principio no me parece mal, porque supongo tiene tanto derecho como la existente para mostrarse. De todas formas, y con independencia de mis inclinaciones políticas, y de las coincidencias que puedan mostrarse, mi texto representa mi sentimiento, la rememoración de mi aprendizaje sobre mi país y mi lengua, y no una posición política. En cualquier caso, tengo que reconocer que no me gusta el escudo que se plasma en la bandera gallega, y me quedaría con el fondo blanco y la franja azul celeste y no le pondría escudo, pero esas cosas nacionalistas y de homogeneización de naciones y estados, me parecen secundarias. Ahora bien, cuando oigo o canto el himno, en todas sus estrofas, siento que algo recorre mi piel y me estremece, cosa que me pasa igual con la Alborada de Veiga o con Negra Sombra, pero supongo que son cosas profundas que ni siquiera sabría explicar o si las explicase sólo expresarían una parte de lo que yo siento en esos momentos.
Fíjense lo claro que está para los catalanes que su país se denomina Catalunya y no Cataluña. O para los vascos, Euskadi y no País Vasco. Los franceses se identifican con France y no con Francia, o los alemanes con Deutscheland y no con Alemania. Son cuestiones básicas. Es cierto que en España, Italia coincide con la denominación que dan los italianos, y otras muchas, pero este no es el caso de Galiza, que en español es Galicia.
En el plano personal, no tengo que mostrarme como un purista, ni como «políticamente correcto», ni como filólogo entendido, sino sólo como lo que soy, una persona que siente sus raíces y las necesita, y vive a partir de ellas. Por tanto, no necesito aprender el normalizado, sino que cuando escriba en gallego, que lo haré pronto, utilizaré mi grafía, aquella que me permita expresarme mejor, con independencia de su validez semántica, fonética o gramatical.
Es cierto que no he publicado en gallego, más que cuando me han traducido, porque al final, acaba uno teniendo miedo de «utilizar mal su propio idioma», en el sentido de lo política y socialmente impuesto. Intentaré a partir de aquí desinhibirme de esas trabas sociales …. que con más facilidad desarrollamos los que estamos en la sensibilidad de la emigración.
En este sentido, he comentado que en la pensión se forjó mi sentimiento gallego. Todos éramos más gallegos que cuando vivíamos en nuestra propia tierra. Allí no era necesario afirmarse, aquí ya era una necesidad. De ahí lo que llamo sensibilidad de los emigrantes, somos realmente sensibles a nuestras raíces. Si viviera en Galicia, sólo lo sería al reafirmarme contra críticas de afuera, o al viajar, y encontrarme con otros gallegos en el exterior. Y poco más.
Volvemos a Galiza y nos sentimos siempre un poco extranjeros, y a veces nos dicen: y ud. de dónde es, cuando tendría que ser evidente nuestra identidad a los ojos de cualquiera. Pero es lo que pasa con los emigrantes, al final ni somos del todo del lugar de vida y destino, y también «perdemos» en parte nuestras referencias en nuestra propia tierra. Tienes que acabar reivindicándola, pero tienes que hacerlo, cosa que el que vive ahí no lo necesita. Ser emigrante y gallego puede ser muy dramático y al tiempo muy identitario.
Muchas veces he comparado la emigración gallega con la de otros pueblos también emigrantes, que evidentemente conozco más por referencias indirectas o de vulgo común, como chinos o irlandeses o judios. Tal vez me identifico más con la emigración china o la irlandesa que con la judia. Tenemos algo de chino, y algo de irlandés, o ellos tienen algo de gallego. Quiero decir que nos parecemos en más de una cosa. Somos trabajadores, nos asimilamos en los países de destino, pero sin perder nuestra identidad, idealizamos nuestra tierra, pero casi nunca volvemos o casi ninguno vuelve más que de paso, tenemos raíces muy hondas de identificación con lo nuestro, somos constantes en los propósitos y en general, hacemos que la emigración sea positiva para nuestra vida y la de nuestros hijos, …. Nos diferencia de los judios que no hemos tenido que soportar genocidios, ni tampoco hemos tenido que pasarnos la vida detrás de una «tierra prometida» que casi «nos hace nómadas». Somos agrícolas, no somos nómadas. Tenemos raíces, como los chinos o los irlandeses, en general. Seguro que hay otras concomitancias y diferencias, pero solo quería resaltar algunas.
Hay que tener en cuenta que tal vez seamos el pueblo más emigrante en términos relativos-proporcionales, y que se mantenga con sus hijos y nietos tan vinculado al terruño, tantas veces desconocido por las segundas generaciones. Una vez, en la casa de Galicia en La Habana me encontré con un joven mulato, muy mulato, que tocaba la gaita y chapurreaba palabras de gallego. Era nieto de un emigrante, gallego, por supuesto.