Los reencuentros programados suelen ser diferentes que aquellos que no te esperas. Ayer fue un día de reencuentros de los dos tipos. Estos reencuentros que nos «facilita» la ruptura de vacaciones por las navidades y fin de año. Me reencontré con los cuatro grupos de licenciatura de este cuatrimestre, y tengo que decir que fue, en general, un reencuentro dulce y con cierto tono de sentimiento, a veces no tan contenido. Tuve la sensación en muchos casos, de que los estudiantes me echaban de menos, no sé si tanto como yo a ellos, pero estas cosas son difíciles de medir. La recepción fue cariñosa, sobre todo según se iba reduciendo el frio industrial con el que nos encontramos a primera hora de la mañana, que impedía todo tipo de exceso.

Tuvimos unas clases que yo tenía previstas, porque durante esta epoca la carga de trabajo que tienen sobre sus espaldas, que siempre es mucha, ahora es muchísima más, y entonces, preveía que el libro que teníamos que traer leído ….. se iba a leer sólo muy parcialmente. Por ello, después de una o dos píldoras por clase para «ponerlos en calor» (esta vez utilicé a Gibrán y en algún caso a Hemingway), me adentré en la teoría marxiana de la plusvalía, con una clase improvisada, pero planificada, de corte más bien tradicional -creo que la primera del curso- y en general, se les vió interesados con el discurso, que les adentraba en el libro que sólo habían mirado parcialmente. A pesar de mi garganta muy irritada por el constipado que me he cogido estos días, respondió bien y sólo ya en la última clase y después de casi seis horas, empecé a renquear otra vez. Hoy tengo la garganta más «tomada» que ayer, evidentemente, y además, nieva y ya ha cuajado, aunque sólo un poquito. Pero valió la pena.

Al final de cada clase les hice una propuesta «indecente» (sic), consistente en que nos ayudaran a montar el IV Encuentro de Intercambio de Experiencias, siguiendo un plano de autogestión. Se mostraron bastante favorables, y se han ofrecido más, en una primera reacción, de los que pueden participar en ese proyecto, y les he dado tiempo hasta el miércoles para que decidieran.

Pero hubo más reencuentros. Por la mañana hacía tanto frío que aunque ya había desayunado y tomado café, me acerqué al bar para tomarme otro -por cierto, me pusieron, como es irracionalmente común en Madrid, la leche bastante fría, no puedo entenderlo con el frio que hacía-, y ahí me encontré con dos colegas muy queridos, que nos felicitamos las fiestas, hablamos un rato, como diez minutos, y estuvieron -y yo también, claro- muy agradables. Pero es que cuando volví de comer me encontré con un ex alumno que muy sonriente, me paró y me dió las gracias por el curso del año pasado. Hablamos un rato sobre los proyectos en que estaba metido en relación con la innovación educativa, y me sentí añadidamente satisfecho. Aún más, después de la última clase, me encontré con otro, también del año pasado, que ya no sólo estaba sonriente, sino diría efusivo y que se le notaba que se alegraba de encontrarme otra vez. Le pregunté sobre como le iba, me habló de lo que quería hacer, que ahora estaba estudiando sobre América Latina y que lo más le interesaba era el indigenismo y la política económica y que no sabía como podía combinarlas. Hablamos un rato. También le conté algún proyecto, le hablé del libro que el año pasado terminé sobre la base de lo que habían dicho los alumnos precisamente de ese curso, y cómo la editorial había dilatado mucho la publicación y todavía no estaba en la calle, lo cual sentía. En fin, apareció un poco más tarde, como en segundo plano, una chica, muy guapa por cierto, que él me presentó como cercana, y tuve oportunidad de hacer alguna broma al respecto.

Un día de reencuentros. Viene bien pararse una temporadita, porque las personas que te rodean, si están mínimamente a gusto, muestra la necesidad que tienen de tí. Es evidente que yo los necesito, y lo que más sufro es cuando termina el curso. El vacio que dejan en mi «rutina» de vida tengo que hacer un gran esfuerzo para superarlo, porque además, después de tres meses, se sienten todavía más cercanos, por conocidos y porque la confianza ha dado lugar a buenas vibraciones entre nosotros. Es una pena que sólo quede un mes, concretamente dos semanas y media para terminar el cuatrimestre. Por supuesto, los voy a echar muchísimo de menos. Como siempre, sí, como siempre.

Encontrarme en youtube con La Mer de Charles Trenét es también un buen reencuentro.

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Un comentario en «Reencuentros»

  1. Si, los reencuentros dejan un sabor especial, porque las cosas todavía no han terminado, hay algo que queda por hacer, algo donde todavía estamos en el compromiso, en la búsqueda, en la inquietud de ver como nos sale. Los reencuentros nos permiten segundas partes … que aunque se dice que nunca son buenas, eso es sólo en el cine. En la realidad, a veces son mejores que las primeras. Porque la experiencia en todo, como se suele decir, es un grado. Total, que disfruto con los reencuentros. Por supuesto, también con los encuentros, pero estos por novedosos implican dudas, lenguajes, encuestas que hay todavía que resolver para llegar a consolidar algo. Los encuentros son menos intensos que los reencuentros, la gran mayoría de las veces.

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