China es el origen de un gran acervo comunitario y cultural, que por desconocido, sólo hemos imitado parcialmente, y lo hemos temido más que imitado. La barrera con los demás ha sido históricamente su lengua, de la que se han derivado otras muchas; su muralla que les ha evitado las invasiones bárbaras, no todas, claro; y su «ciudad prohibida», que también lo era para su habitante principal, el emperador, que «no podía traspasar sus muros», quedando «prisionero» entre ellos. Grandes lecciones nos aporta la cultura china, y eso que la conocemos poco.
Poco se habla de su «llegada» a la agricultura más pronto que ninguna otra cultura. Y el desarrollo de agricultura intensiva no sólo es la complejidad, la humanidad compleja, sino la potencialidad demográfica y sobre todo, el acceso de la mujer a un papel productivo diferente del reproductivo. Junto con el valle del Nilo, el espacio mesopotámico y el entorno del Ganges constituye las primeras manifestaciones más avanzadas culturalmente en la historia del ser humano, porque se fundamentaron en la complejidad y vitalidad de la agricultura intensiva.
Poco se habla también del carácter comercial y navegante manifestado por la cultura china. Más comerciantes y más navegantes que guerreros, como pueden ser otras culturas demográficamente menos dominantes, como la portuguesa a partir del siglo XIV-XV o la fenicia en su tiempo. Culturas comerciales, de las que en la península tenemos un ejemplo singular en Catalunya. Pero ninguna de ellas equivalente a la china, no sólo por ser antecedente singular, sino y sobre todo, por lo que eso supone con el confucionismo, esa gobernanza práctica y ética al mismo tiempo, de desarrollo de una cultura de intercambio y de emprendimiento, y todo ello basado en un alto nivel de constancia y esfuerzo en la persecución de horizontes posibles, pero ambiciosos individual y socialmente.
Poco se habla también de la riqueza y variedad cultural dentro de lo que nosotros simplificamos llamando cultura china, y que de alguna manera se pudo ver en las ceremonias de los Juegos Olímpicos de Beijing de este año que termina.
Ni tampoco demasiado, aunque más últimamente, de su filosofía práctica o de su taoismo y budismo, que expresan formas culturales muy diferentes de entender al ser humano y su horizonte temporal.
En fin, otra cultura para aprender de ella, pero mucho, y no precisamente para temerla. Otros derivados perversos de esa cultura si son más de temer, aunque por supuesto no se puede poner la mano en el fuego ante la perversidad casi congénita de los seres humanos en sus afanes, tantas veces extremos de dominación, explotación e injusticia.
Ya sé que exagero también cuando me refiero a China.
No puedo evitar que me caigan simpáticos. Tal vez algunos rasgos comunes, como por ejemplo, esa sensación de currantes, de currárselo siempre y durante toda la vida. Tal vez eso de que siempre los encuentras en todos los sitios, como a nosotros los gallegos. Tal vez es su comida. Me gusta porque es compartida, como en otras civilizaciones, y tal vez por los palillos que nunca soy capaz de manejar bien. Tal vez por sus rasgos, que en eso nada parece que nos parecemos, pero quién sabe. Y tal vez porque están muy lejos, casi son antípodas nuestros. Están muy lejos. Pero hay otros pueblos que están lejos, no sintiendo igual sintonía. Tal vez porque le oía hablar a mi padre de China, y de los viajes del gran Marco Polo. Tal vez por ser la confluencia de la ruta de las espacias, gustándome a mi como me gusta adquirirlas, probarlas y ponerlas en mis guisos-estofados. Tal vez ……… Lo que si es cierto, seguro, es que exagero sus virtudes, y dejo en segundo término sus posibles defectos.