Hoy es fiesta en Catalunya, una de las muchas «pascuas» que celebran, siguiendo su cultura del este, su cultura que sabe renovar y valorar lo de siempre, lo que hicieron sus ancestros, y que ellos renuevan y engrandecen. Aparte no trabajar, que ya es una fiesta, siempre hacen algún tipo de pastel. Las pastelerías dan dulzor a la conmemoración. No son los únicos, pero cuando viví allí hace ya muchos años, me dí cuenta de que se lo toman muy en serio, como otras muchas cosas.
El volcán en erupción Madrid no valora excesivamente esas tradiciones que aquí prácticamente no existen, a no ser algunas religiosas, como lo de los animales. Y además, tiene que aprender a escuchar, aprender a mirar, aprender a copiar, aprender y respetar las culturas diferentes. Al final, veo que se valora más la cultura anglosajona o francesa que la catalana o la vasca o la gallega, que son casi totalmente desconocidas, a excepción de las actividades y peripecias del Barça. Y sobre todo, la derechona, que no comprende (sic) la necesidad de un pueblo de desarrollarse en su propio idioma y no puede suponer que lo que sería de ellos si no tuvieran que hablar inglés o francés o catalán obligatoriamente, y no tuvieran un idioma propio que es el castellano o tuvieran dificultades en poder aprenderlo en la calle y en las escuelas, y los títulos de las calles se denominaran Ara st. o Avenue de la Castellane, y tuvieran que luchar por poner un rótulo complementario que aclarase al común de los mortales Calle Ara o Avenida de la Castellana. En fin, cosas del volcán Madrid.
En fin, pero trataba de resaltar una cultura a imitar, como lo son todas las culturas, una cultura donde se puede aprender, como se puede aprender de todas ellas, y que es cercana, y sin embargo, es tan lejana formalmente. En este caso la cultura catalana, que constituye un modelo donde muchas cosas se pueden copiar y no estaría mal para otras culturas. Igual que las otras tienen cada una sus referencias que si imitásemos y emulásemos, todos ganaríamos. Porque no es un problema de ser todos iguales, sino de compartir y mejorar en la expresión cultural y social de nuestros valores, para que al menos exista un substracto común. Catalunya está muy cerca, y sin embargo, como casi siempre ocurre con los vecinos, está muy lejos. Es una pena.
Igual nos ocurre obviando la cultura portuguesa o la francesa, que son limítrofes geográficamente y sin embargo, no las sentimos positivamente, sino que las «rechazamos» total o parcialmente, con esas frases que tanto nos gustan: «esto en absoluto (sic) desacuerdo con ……..». Y sin embargo, valoramos más culturas que conocemos menos, que no son vecinas, sino lejanas y que «nos las reinventamos» en nuestra mente, y las ponemos como ejemplos de conductas que nunca hemos experimentado realmente, o sólo fuímos de vacaciones una semana y ya tenemos formada una opinión «absoluta» sobre los marroquíes o sobre los árabes, o sobre los alemanes o sobre los suecos.
En fin, intentaremos que nuestras culturas se refuercen observando, mirando, oyendo, sintiendo que los demás también son seres humanos, han nacido en un espacio social y geográfico diferenciado y nos sentiríamos muy mal si no existieran, porque entonces la cultura de todos se empobrecería perdiendo parte de sus efectivos.
Salud para los catalanes y su cultura. Yo pienso seguir aprendiendo de ella, como de otras formas de expresión humana.
Acompañar todo este rollo improvisado con una canción de Lluis Llach es siempre una manera de homenajear a ese pueblo.
Tuve la suerte de vivir dos años en Barcelona. Eran unos años que luego se nos mostraron, a nuestra generación, como decisivos, los finales de los sesenta. Y recuerdo tantas cosas de Barcelona y de Catalunya. Mi ex y yo estábamos muy pillados, no sólo por el trabajo, sino porque habíamos tenido nuestra primera hija, y pronto se quedó embarazada del primer hijo, que nació en el barrio de San Andreu. Prácticamente y agobiados por la carga de un primer hijo, era difícil salir de casa. Y convinimos ir uno al cine y el otro quedarse y así al menos salíamos, aunque cada uno por su cuenta. Yo trabajaba en el centro de la ciudad, y eso me permitió conocer bastante bien una ciudad que estaba en ebullición en esos años. También pude vivir muy de cerca los acontecimientos universitarios de 1969, y hasta finalmente tuve que sustituir a un profesor que habían echado los alumnos por incompetente, y que conste que era un catedrático recién aprobado. Me encantaban las librerías de Barcelona. Estaban mucho más surtidas y había más. La primera vez que había conocido Barcelona, y ya lo he contado en este blog, me encantaron sus bibliotecas y sus salas de estudio. Acogedoras y con muchas sorpresas. Lo mismo pasaba en las librerías …… muchas sorpresas que luego nunca volví a encontrar en las de Madrid, y eso que mi amigo Ayuso de Fuentetaja siempre me dió lecciones de búsqueda y de encuentro con la «clandestinidad» y con la libertad que aquí no conseguíamos vivir.