Ayer fue un día de disfrute en el aula, en las aulas con mis alumnos. Lo dedicábamos a compartir música, nuestra música, aquella que nos ha hecho vibrar y que tiene significados, a veces, hasta difíciles de discernir por la razón, pero no por los sentidos. Es un programa dentro del plan docente, que nos permite acercarnos al valor expresivo y significativo de la música y al papel que juega en nuestra vida y en la explicación del contexto social en que nos movemos.
Música y realidad social es por tanto una forma de aproximarnos diferente al hecho social. La presentación de las canciones y de las fotos, a veces muy bien combinadas, de los participantes, sobre todo expresó un gran sentimiento, un sentimiento implícito en la búsqueda, en la elección, en el análisis del contenido y «su circunstancia», y en la emoción interna que todos mostraban, ofreciendo a los demás aquello que estaba «adentro» de sí mismos, que brotaba de su yo o hasta de su pre-consciente.
Música y realidad social es un programa divertido, que contribuye a generar un buen espacio de intercambio, de diálogo, de escucha y de participación. Y en un tema que a todos los jóvenes o a la gran mayoría, les apasiona: la música, en sus diversas formas.
Este año, añadimos la foto social, la foto comprometida, como una primera aproximación, y algunos de los resultados han sido espectaculares, y nos han emocionado especialmente. También ha funcionado bien y sobre todo, si está vinculado a la música.
Ha sido una gran experiencia, como lo es todos los años, desde que la comenzamos. Y sobre todo, contribuye a romper barreras, a ampliar perspectivas y a compartir cosas importantes, porque el camino de participar y cooperar tiene que ver con que finalmente seamos capaces de dar aquello que realmente es importante para nosotros, y ¿que puede ser más importante que «desnudarse» con nuestra música preferida?.
Nina Simone nos encandiló