De la fragmentación a la comunicación

Está claro, por tanto, que cuando proyectamos nuestra actividad sobre lo espontáneo, acabamos fragmentando y esa fragmentación puede conducir a “reinos de taifas” y a su vez, esos “reinos” pueden reproducirse por cooptación con gran facilidad y los “hijos de los reyes” pueden perder ya realmente el sentido global de la organización y para qué estaban aquí. Por estas razones, una organización y un management que no sea consciente y no se cuide de que las tendencias “naturales” van a incidir sobre la máxima fragmentación, puede sufrir a medio plazo las consecuencias de la “pérdida de sentido” de la organización y sobre todo, de la gran dificultad para volver a integrar lo que se había “desintegrado”.

Lo que normalmente falla en estos procesos de desintegración es que nadie se ha preocupado suficientemente de mantener un espacio de intercomunicación. Diríamos que cuando más especialización más necesidad tenemos de compensar esta tendencia natural con acciones de comunicación e intercambio entre las partes: sólo así mantendremos las energías focalizadas e interrelacionadas y el sentido común global de la organización. La política de intercomunicación es decisiva para mantener la cooperación y colaboración necesarias entre partes especializadas.

Los expertos sabemos que esto no siempre es posible, y que, por supuesto, es más fácil prever esta situación que sufrirla -como ocurre con casi todo-. Pero, me dirán Uds., realmente ¿de qué problema me está hablando, si hablamos en términos de emprendedores?. Pues de algo my elemental. Una empresa nueva, un emprendedor, una idea en la que trabajamos para ofertar, tiene desde su comienzo un proceso de enamoramiento con la “cosa”, con el objeto, con la idea, con la empresa, con la ambición e idealización que conlleva -nos especializamos en ese objeto-, y en esos momentos estamos “poco preocupados” por las consecuencias.

Sólo cuando la idea ha empezado a fraguarse en un producto o servicio, empezamos a pensar en los clientes y en los demás . Pero sabemos también que sin el reconocimiento, sin el refrendo de los clientes, está claro que no hay nada que hacer y nuestro proyecto se vendrá abajo, casi sin remedio, y sólo nos restará la nostalgia de lo no ocurrido y el enfado por no haber sido comprendidos -hasta podemos llegar a sentirnos frustrados e incomprendidos y neurotizarnos ampliamente-.

Sin embargo, el problema no está en el cliente o el mercado: el problema está desde el principio en nosotros. Podemos crear el mejor producto, tener la mejor idea, contar con los mejores profesionales y técnicos, habernos realmente enamorado de ese proyecto; pero aquí el juez final es el cliente, y si no nos hemos enlazado -comunicado- con el cliente potencial, todo se convierte en gran medida en una cuestión de suerte (Goldratt, “No es cuestión de suerte”) y entonces nos introducimos en el mundo de la incertidumbre y los miedos -¿tendrá éxito este producto o servicio?, ¿lo valorarán como lo hago yo? ¿les gustará?. Puede que hasta miremos nuestro horóscopo, porque así planteado es como un juego, como un azar-. Sabemos que los miedos y las incertidumbres acentúan nuestro aislamiento, nos solemos encerrar en nosotros mismos y con nuestros amigos -fobias- y esperar que las “cosas vengan bien dadas”.

Esta posición tiene algunos inconvenientes, porque hoy no se puede estar encerrado ni en uno mismo ni cinco minutos: siempre hay alguien que estará más atento a lo que pasa y nos superará -no estar en el mundo, es como salir de la competencia y del mercado-. Además, tiene el inconveniente de que cuándo nos encerramos no vemos más que nuestro “ombligo” y tendemos a olvidar que trabajamos para otros, y nos autocontemplamos con excesiva benevolencia, al tiempo que no hacemos lo mismo con los demás, a los que tendemos a ver como enemigos potenciales que están restando energías a nuestro proyecto (y no olvidemos que el aislamiento es y ha sido uno de los fundamentos y razones de cualquier autoritarismo). Bien, muchas cosas nos pueden pasar si nos encerramos en nosotros mismos y si no tenemos en cuenta que nuestra idea o nuestra empresa no es una obra de arte hecha por un pintor que como Van Gogh puede ser reconocido ya cuando ha muerto, sino que queremos ser reconocidos en vivo y en directo y si puede ser lo más pronto posible. Hacemos cosas para que nos permitan vivir mejor y todos los días hay que hacer la compra: no podemos esperar al reconocimiento despues de muertos.

¿Autistas u orientados al cliente?

¿Qué falla en todo esto? Nuestro egocentrismo: hemos fraguado un yo de gran potencialidad, de gran fuerza, pero no lo hemos interrelacionado con el mundo desde el principio, «nos hemos especializado» y nos hemos llegado a creer que estamos solos en el mundo y que los demás tienen que agradecernos que existamos. Nada más lejos de la realidad. Sólo nos lo agradecerán si lo que proponemos es útil en ese momento para otros, y para ello tenemos que entrar en intercomunicación con los otros desde casi el primer momento.

Nuestro proyecto tiene que nacer de una Anecesidad realmente sentida@ y para ello tenemos que saber, que conocer, que tener información sobre lo que es una necesidad realmente sentida por quienes van a demandarla, porque puede ser que nos confundamos entre lo que nosotros necesitamos y lo que el resto del mundo necesita. Ya sabemos que la utilidad se construye sobre la subjetividad.

Tenemos, en consecuencia, que conocer a nuestros clientes potenciales; tenemos que establecer lazos y puentes de intercomunicación, de interconexión con ellos,….. y lo más pronto posible . Necesitamos algún prototipo , alguna proposición, para testarlo o que el prototipo ya nazca de la expresión de necesidades potenciales o de otras referencias en otros países donde ya se ha puesto en marcha (en este caso, debemos precavernos de las características culturales y antropológicas de cada cultura, porque no siempre lo que ha sido un éxito en otra cultura se desarrolla con el mismo éxito en otra distinta).

Si yo tuviese que empezar lo haría hablando con posibles clientes. Además, estos mismos Aposibles clientes@, nos pueden ayudar a desarrollar la idea o el producto, porque podemos hablarlo, podemos intercambiar información, y al verbalizar los proyectos se van transformando y mejorando y más al hablarlos con interlocutores interesados. Ahí es donde está la comunicación central de una empresa, en la interacción con los clientes. Por supuesto, los clientes son los clientes y nosotros somos nosotros, pero sin ellos no sacaremos adelante aquello de lo que nos hemos enamorado y por tanto, tenemos que cuidarlos, pero no sólo eso, porque aquí son profundamente útiles, porque nos permiten pensar con los que no son competidores y porque al hablar e intercambiar información repensamos lo pensado y le damos una forma más atractiva y con mayores posibilidades. Está claro que este no es un problema que se resuelva en un lugar cerrado y sin comunicación con el exterior. Se resuelve interactuando, intercambiando información y para ello internet es un espacio mucho más potente que los espacios tradicionales, donde la relación es más mediada.

(Innovación)

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