Estamos en una sociedad distinta, distinta a la de hace veinte o cuarenta años y aunque se usan muchos resortes propios del autoritarismo, y existe desde el 11 de septiembre un renacimiento de las formas autoritarias, el sistema de autoridad está mucho más devaluado en la conciencia de las gentes, a pesar de las masivas culpabilizaciones con que tantas veces nos abruma el Poder.
Pero cada vez más las personas tienen un mundo interior potencialmente más rico y no es posible conseguir eficacia en un ser humano, si este puede -y tiene que- «refugiarse», como hacían los personajes de Farenheit 451 de Ray Bradbury, en su mundo. No hay autoridad -todavía- que pueda entrar en ese mundo interior y confiemos que sea todavía por mucho tiempo.
Los rebrotes de autoritarismo, nacidos del aislamiento de los equipos directivos y por ciertas ideologías repetidas hasta la saciedad y «avaladas» por la supuesta eficacia de esta actitud, cuando se encuentran con que su «cambio» es difícilmente aceptado por la mayoría de los seres humanos que lo han de poner en marcha, no tienen un porvenir muy claro en nuestra sociedad.
Sólo la simplificación, el maniqueísmo y la regresión primitiva pueden hacerlo viable, pero no competente ni competitivo. Aunque no estamos a salvo de tales plagas, parece también que pueden existir recursos para enfrentarlas, y el primero de ellos es la libertad y la superación de los miedos.
Es cierto que si estos rebrotes de autoritarismo y de liderazgo eternamente natural avanzan, el miedo social puede generalizarse y puede parecer que los mencionados autoritarismos ganarán la batalla, pero el resultado no será otro que la reducción de la productividad o la materialización de una sociedad a lo Huxley, donde los Epsilon trabajen para los Alfa.
Y aunque algunos de estos aspectos se vislumbran en muchas organizaciones empresariales y político-sociales, especialmente públicas, no es, sin embargo, ni tendencia nueva, aunque si se ha recrudecido, esperemos que coyunturalmente, en los tiempos que corren.
Senso contrario, una orientación estratégica positiva es aquella que intenta movilizar las inteligencias, hacer participes de su trabajo y de sus resultados a los que son responsables, ser justos con los responsables y disponer de una justicia transparente, ser capaz de dar cabida y oportunidades a los jovenes y a los maduros.
Con todo esto se consigue una alta productividad y una rentabilidad correspondiente y además el balance social es altamente positivo y de crecimiento vital, personal y grupal. ¿Por qué no hemos de seguir teniendo confianza?.
En definitiva, orientar dentro de las posibilidades de cada organizacion su estrategia hacia la calidad y el trabajo bien hecho. Estos son puntos de partida sólidos, sobre los que se pueden lograr consensos básicos (implícitos o explícitos) con todos los integrantes de la empresa. Parece que no es tan fácil hacerlo como decirlo, aunque es cierto que hoy en día en que el mito social alienante del liderazgo está tan presente en nuestras sociedades llamadas avanzadas, es hasta difícil decirlo.