Algunos Recuerdos de futbol (8)

Ya he contado en otra ocasión algo de mi relación con el futbol. Ahora quería dejar otros recuerdos de esa pasión, nacida de la práctica, de la imitación de mi padre, y del gusto por un deporte sin duda diferente, por completo, complejo y creativo.

Lo primero que me asombra desde hoy es como se juega ahora al futbol, y como se jugaba antes. Hoy resultaríamos de neanthertal. Jugábamos con lo que llevábamos puesto, aún partidos concertados; jugábamos mucho tiempo, pero nadie nos enseñaba, era un juego de calle, que aprendías en la calle, en el barrio, que los mejores eran los de los barrios más bajos, como ha sido siempre, porque el futbol es un deporte de igualdad de oportunidades, y casi siempre son los más pobres o los hijos de los más pobres los que se convierten en figuras.

Recuerdo cuando jugué el primer partido oficial, tendría quince años; recuerdo perfectamente las botas. Eran por lo menos para un 44 ó 45, inmensas, pero ya no sólo es que fueran inmensas para mi pié del 41, sino y sobre todo, que eran inmensas, no sé como explicarlo. En la puntera, tenían un auténtico promontorio, que impedía darle a la pelota casi de ninguna forma, un saliente inmenso, después de jugar el partido, mis pies no eran pies, no sé lo que eran, pero tenía ampollas por todos los lados. Pero es que además, recuerdo que me pusieron de extremo. Yo era el más joven y había algunos que tenían hasta cinco años más que yo. Como era el más joven, me pusieron adelante, que es lo que me gustaba, pero de extremo, que no me gustaba.

La primera entrada que me hizo el defensa, que era uno que a mi me parecía muy grande, fue con la rodilla por delante y me mató la espalda, me dobló, y por supuesto, allí no había ni camilla, ni masajista ni agua milagrosa, ni nada de nada. Poco a poco, le fui cogiendo el tranquillo y hasta conseguí hacer una jugada por mi banda, que al final hasta creo que terminó en gol, pero igual lo soñé, cosa que no me extrañaría. Lo que si es cierto, es que ganamos tres a cero, jugábamos con unos que estudiaban Náutica, pero eran el equipo C, me parece, porque había hasta cuatro equipos de esa carrera. Les ganamos y yo metí -o, ¿es un recuerdo que corresponde a otro partido?- el tercer gol casi desde la raya de la portería ….. porque no podía con el balón, que a mi me parecía pesadísimo, y seguro que lo era. Si no hubiera sido en el área pequeña, no podría contar mi primer gol oficial. Bueno, era sólo lo que llamábamos campeonato universitario, aunque ninguno de los que jugábamos eramos estudiantes de facultades o escuelas técnicas, sólo estudios pre-universitarios. Mis pies fueron una pesadilla durante más de una semana. Ahí fue donde empezaron a nacerme callos, que no me los quité hasta que llegué a Madrid, con un cierto cuidado y sobre todo, con qué en Madrid no había donde jugar al futbol, al menos para un empleado y estudiante como yo. Menos mal, menos mal que no se podía.

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(en la foto, que no corresponde al mismo día del que hablo, se aprecia que no todos teníamos el mismo uniforme)

El futbol me emocionaba, a pesar de no ser un figura. Me sentí muy motivado cuando Amancio y Jaime Blanco, que eran unos jugadores que pintaban muy bien ya en juveniles, y luego jugaron en el Madrid y en el Deportivo, aprendieran contabilidad en la misma academia que yo y en la misma clase, y que más de una vez jugáramos al billar en una sala que llevaba un hombre curioso, buen hombre, aunque un poco abusón, que era cojo. La sala estaba en la calle Asturias, al final, justo donde se hacían unos charcos inmensos, porque la red de alcantarillados no absorbía todo el agua que caía. Me encantaba jugar al billar y también la contabilidad, y llegué a ser bueno en las dos cosas.

Con Amancio y Jaime jugábamos también en el verano en la playa de Lazareto, que era una playa muy especial, porque hasta las doce de la mañana la disfrutaban los pobres chicos que estaban hospitalizados por enfermedades infecciosas en el sanatorio que no me acuerdo como se llamaba y que creo que todavía existe en las Jubias. A las doce, cuando los chicos se retiraban, abrían la puerta que nos permitía disponer de la playa. En esa playa aprendí a nadar, porque estaba muy recogida y era muchas veces como si fuera una piscina. Los partidos de playa eran maravillosos, porque ahí uno se podía tirar al suelo y hacer jugadas, como tijeretas o chilenas, u otras, que te llenaban del placer de hacer algo diferente. A Jaime no había quién le quitase el balón, era muy bueno técnicamente, aunque un poco frío. Amancio las metía todas. Ambos siguieron siendo así todas sus carreras deportivas. Jaime era una especie de Guti y Amancio hoy probablemente no tendría parangón: era impresionante de cara al gol, tenía una rara habilidad para irse directamente a puerta y sortear a quién se le ponía delante y marcar.

La partida doble nos unía algunos días de diario, el billar menos, y la playa del Lazareto en verano. Eran tres o cuatro años mayores que yo, y los dos eran de mi calle, bueno, Amancio vivía en la calle Vizcaya, hacia la mitad, y Jaime muy cerca, no recuerdo ahora donde. A veces, iba también con ellos Moncho que era el portero del Victoria, equipo aficionado, juvenil, en el que jugaban. Yo estuve a punto de ser fichado por el Victoria de Santa Lucía de juveniles, pero mi padre me dijo: «Roberto, aunque te guste mucho, nunca serás más que un jugador de Segunda; mejor dedícate a estudiar, que creo que vales más». Me lo dijo tan serio, que no tuve más remedio que hacerle caso. Y tenía razón ….. vaya si tenía razón.

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(segun el blog de Veloso, en esa lancha que llevaba a las personas de las Jubias a la playa de Santa Cristina, iban él y otros chicos que luego fueron jugadores del Victoria)

Resulta que buscando sobre Jaime me he encontrado con un blog de Veloso, que también era de la calle Vizcaya, y que también jugó de delantero centro en el Deportivo y en el Madrid. Por cierto, no lo recordaba, pero Jaime también había sido traspasado al Madrid, pero no tuvo suerte, pues no era del estilo del equipo madrileño.

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