Soy poco dado a ir a escuchar conferenciantes, excepto en condiciones muy especiales. Esta vez no era por el conferenciante, sino por el día. El día de la República y mi hijo Manuel me mandó una información sobre la Casa de Galicia, y un conselleiro. Me lo imaginé -nunca mejor dicho-: un conselleiro que coincidiendo con el 14 de abril viene cuenta algo y hace un homenaje a la república. Sin saber qué conselleiro era, me dije: «tiene que ser uno del BNG que son republicanos». Me imaginé lo que no era. A veces, mi imaginación me juega malas pasadas.
Además, me encuentro comiendo en la Facultad con un colega que recientemente hemos descubierto que casí nacimos calle con calle, y me habla de lo mismo, aunque ya me aclara que conselleiro es. Me dije a mi mismo, de forma instantánea: nos vamos los dos juntos y siempre se aprende algo. Y quedamos para el evento, para ir en el mismo coche. Y así fue.
Les cuento: fue interesante …. para mi y para mi colega, según posteriormente me confesó. Lo cierto es que siempre es interesante ir a estos actos, porque se da uno cuenta otra vez de cómo somos y porque van las cosas como van. De todas formas, como con el vino, no hay que pasarse, un vasito o dos a la semana y ya está bien ….. pues aquí la dosis es «dos al año, no hace daño». Además, sin ninguna pretensión tengo que decir que casi estoy seguro que la mayoría de los asistentes del todo conscientes de cómo somos y porque van las cosas como van. Lo cual añade un plus a todo.
El acto me hizo recordar la mediocridad de nuestras instituciones, también claro de nuestros políticos, y cómo no, de algunos autocomplacientes empresarios. Me hizo recordar que casi siempre mediocridad y falta de autocrítica o autocomplacencia -mirarse el ombligo-, viene a ser casi lo mismo. También me vino a la mente la baja profesionalidad del personal que habla y más si se lee lo que han escrito otros. También de la connivencia entre el poder político y las grandes empresas. También que técnicamente andamos muy atrasaditos: en cualquier foro similar de un país europeo normal, se hubieran utilizado apoyos informáticos, una buena presentación, y no un formato tan tradicional y leyendo casi literalmente un texto.
E igualmente, y sobre todo, re-aprendí sobre como se configuran las relaciones de poder: el foro, que era pequeño, estaba ocupado en sus primeras filas, tres o cuatro, por invitados o obligados vinculados directa o indirectamente a la tribuna, después estábamos los que íbamos a oir, y al fondo, algunos que «hacían acto de presencia» por algunas razones que no puedo especificar, pero me dió la sensación como en las misas, cuando yo tenía diez o doce años, que los que íbamos por ir, nos quedábamos en la puerta. Como ven me hizo reflexionar, y eso siempre es bueno.
El acto comenzó con un retraso de 20 minutos por causas no justificadas, porque no se mostró ninguna, «como si fuera normal», que por desgracia, lo es. Sigo pensando que es una gran falta de respeto hacia los demás, y más si aún encima ni siquiera se hace referencia a las causas del retraso. Es como cuando en el aeropuerto, la aerolínea correspondiente lanza un comunicado que dice: «se retrasa la salida del avión porque ha llegado tarde al aeropuerto», menudas justificaciones que nos hacen, como si fuéramos totalmente idiotas.
Desde el primer momento, tuve la impresión de que ninguno de los miembros de la mesa iba a hacer bien su trabajo. Eran cuatro. El primer actuante, habló de más, porque no le correspondía hablar, sino introducir y dar la bienvenida, y en algún momento de su excesiva perorata, sentí que él quería ser el protagonista y quitárselo al conferenciante, o igual hacía méritos para ser confirmado en su puesto. La segunda palabra correspondió a la empresa que organizaba el evento, y nos hizo enterarnos bien de a qué se dedicaba y cómo era original y única y le iba muy bien. Tampoco me pareció oportuno, porque el protagonista no era la empresa promotora, sino el conferenciante. Sobre él casi no se hizo la presentación, cosa que no puedo comprender, porque sería más fácil utilizar «propaganda subliminal» y no propaganda directa, porque todos estábamos allí para oir a este señor y no a oir hablar de una empresa, cosa que no aparecía en los papeles previos. Con estas dos «introducciones» ya era casi una hora después de la hora de inicio. Habíamos «perdido» una hora.
Por fín, después de casi media hora, se invitó al conferenciante a hablar. Al principio, se notaba su nerviosismo, lo cual es lógico en todo caso. Pero le había pasado algo que había «cambiado» su conferencia, y le había llevado a perder su sentido, cuando la preparó o se la prepararon. Los nuevos ministros de la Administración Central «afectaban» a los contenidos. Dijo algo así como que iba a hacer otra conferencia. Luego, se tranquilizó e hizo lo que tenía programado, porque a partir de ahí leyó un texto que tenía o le tenían preparado. Por tanto, tengo que interpretar que no cambió lo que tenía previsto. Contó todo lo bien que lo habían hecho durante los últimos tres años, y sobre todo, el último año, que parece ser que ha sido el mejor con mucho, distorsionando en gran medida la realidad, porque comparar el último año con la media de doce años precedentes, no es de recibo, porque en los doce años anteriores ha habido entre otras cosas una buena crisis, la de internet de finales de los noventa, y eso siempre rebaja la media. Pero parece que quién había preparado los datos, le gustaba «hacerlos» más extraordinarios de lo que eran. Reconocío que la convergencia con España había mejorado unos puntitos, cuatro, y que la convergencia con Europa, sin embargo, había saltado unos puntazos, casi 15, lo cual es matemáticamente imposible, a no ser que se hayan cambiado los referentes, como así ha sido. Europa hace diez años tenía 15 países y ahora creo que somos, porque ya he perdido un poco la cuenta, veintisiete, y todos ellos de menor renta media, a veces, mucho menor, que la media de la UE, es decir, que el saltazo de 15 puntos no correspondía a crecimiento auténtico, sino «derivado» del cambio de referente. Se podía haber dicho, pero tendría que haberse advertido, cosa que no se hizo, porque en caso contrario, «hemos hinchado» los datos para «salir mejor en la foto», y no es correcto, y menos ante un público poco entendido en macroeconomías. Hubo otras llamémosles no-correspondencias, pero no voy a incidir más en el tema. Cuando descubres algo así en un conferenciante, empiezas a dudar de la veracidad de todo lo demás, aunque no sea justificado.
Por fin, el hombre pudo acercarse a la conclusión. Yo esperaba un «final feliz», normalmente se prepara algo que sea una novedad, o que al menos recupere todo lo que se ha dicho en formato de síntesis. De síntesis nada, el final feliz, bueno, de pronto apareció, claro que tenía poquísimo que ver con lo que habíamos oído anteriormente, tanto que tuvo un cierto impacto en el público asistente, que por fin pudo echar una sonrisa, ¿de desahogo?, tal vez.
Por último, había un cuarto miembro de la mesa que tenía que «moderar el debate». El hombre pergeñó unas palabras algo confusas, y luego, ni corto ni perezoso y antes de preguntar si alguien tenía que preguntar o aportar algo, hizo una pregunta ambigua, supongo que para demostrar que él estaba allí por algo, y que hasta produjo cierta confusión en el conferenciante que estoy por apostar que no la entendió. Por fin, después de una respuesta que por supuesto el moderador recibió con aseveraciones de cabeza, dejó que el resto del público pidiese la palabra. Le dije a mi colega, yo intervendré en tercer lugar, y asi fue, en tercero y último lugar. En el fondo lo pasé bien, con un sabor agri-dulce, me hubiera gustado no encontrarme con un panorama distinto, al que me hace pensar que no vale la pena perder el tiempo en estos sitios, y que en realidad estas cosas se organizan para «ampliar» o «restaurar» las relaciones con el poder y para conocer a unas cuantas personas con el consabido intercambio de tarjetas, en el «vino gallego».
Ahora bien, la próxima vez me enteraré mejor de lo que van a hacer, o pediré alguna aclaración previa para no verme sorprendido por «lo que ocurra». Ir al centro de Madrid después de diez horas de trabajo intenso y regresar a las once de la noche a casa, no compensa, ¿no creen?. Aunque lo cierto es que volví contento, porque he vuelto a ver en directo lo que estoy cansado de ver y sólo raramente es diferente: me permite reconocer que nos queda todo un trecho para superar nuestra mediocridad, máxime cuando nos sentimos «nuevos ricos» y pensamos que si hemos ganado dinero o un puesto de poder, nos escucharán sin rechistar y tendrán que aguantarnos, porque además, lo estamos haciendo superlativamente bien. Cousas, si, cousas.
Las conferencias…. ese mundo en el que a menudo nos venden la seriedad absoluta cuando en realidad nos encontramos con el aburrimiento más profundo.
No soy nada asidua a las conferencias, siempre me da la sensación de haber perdido el tiempo, aunque para recuperer mi sensación de bienestar, me agarro a los conocimientos no intimamente ligados al discurso, ni a la materia, que casi siempre me enseñan más que aquellos ponentes invitados.
En todas las conferencias, se repite un rito, siempre me parece encontrar el ponente bueno, aquel al que los otros ponentes, entre sombras, parecen mirar como diciendo:
– Somos mejores, y lo sabes…más interesantes, más importantes…
Y aquel que despierta mi simpatía siempre es el humilde y el único que casualmente me parece que sabe lo que está diciendo.
Con las nuevas tecnologías he finiquitado el problema… empiezo a leer, ver, escuchar las conferencias y cuando mi paciencia se agota…borrón y búsqueda nueva!