Pienso que por primera vez voy a hablar de un tema político directamente, pero que nos afecta a todos, como parte de una democracia que algunos piensan consolidada, pero yo defino como incipiente y débil. Aunque mejor esto que cualquier forma de dictadura. Aunque esta democracia se parece bastante a una dictadura, a una dictadura de partidos, y sobre todo, de los grandes: un duopolio que parece una repetición de la Restauración. Aquí rotamos cada ocho años aproximadamente. Al grano.

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Estamos en una democracia o al menos, eso es lo que muchos se creen, y los políticos no paran de proclamar y auto-tildarse de tales. Sabemos de los defectos de una democracia formal, que no es más que un «adelanto» de la posible democracia. Sólo el voto es igual, y además, es universal, en eso se diferencian del escalón anterior en que el voto era censitario, todavía lo es en algunos sitios, y básicamente sólo podían votar los que pagaban impuestos. En algunos sitios la democracia es obligatoria, es decir, no tienes libertad para emitir o no un voto, sino que has de votar, es un deber constitucional, y no votar puede ser perseguido por la ley (conozco muchos países iberoamericanos en que eso es así). En otros, para votar tienes que inscribirte ….. no es que estés o no en el censo electoral, sino que has de hacer el ademán de querer votar, previamente, y después si quieres votas o no, pero es una acción posterior (es el caso de los USA que yo conozca, es evidente que no soy un experto en la materia). Sea como sea la democracia formal nos da un derecho: un voto universal y en principio con el mismo peso para todos. Eso no siempre es cierto, porque la mayoría de las veces no hay mucha proporcionalidad y un voto en Madrid «vale» mucho menos que un voto en Cuenca o en Guadalajara, y ya no digamos si se trata del Senado. Las reglas democráticas buscan mayorías que puedan gobernar, y para ello siempre incentivan el bipartidismo. En algunos países, también en España, es preciso tener un porcentaje de votos para poder estar representado. El primer caso que conocí fue Alemania, pero también ocurre en Gran Bretaña y así. La democracia que en principio es «libre competencia», al final se convierte en duopolios o duopolios con uno árbitro o un tercero. Además, cuanto más miedo o incertidumbre hay, más se favorecen esos grandes partidos, y desfavorecen a los pequeños y/o locales. Los debates en televisión, los importantes, fueron entre los líderes de los dos primeros partidos, a los terceros ni mirarlos, y sólo salían en programas secundarios. Los dineros también se acumulan en diferentes formas en los partidos mayoritarios, que además, por el hecho de serlo, pueden constituir comisiones o no, montar actos y otras cosas que no pueden hacer ni con la misma facilidad ni a veces de ninguna, los partidos más minoritarios. Normalmente a estos les suele quedar el «pataleo» local, y en las elecciones autonómicas o en las municipales, obtienen una representación más adecuada a su presencia social. Todo esto son las reglas del juego que en el fondo son similares a las del mercado. Se compite para llegar a ser «mayor», es decir, para llegar a ser monopolio. Y a veces, hasta empiezas siendo monopolio, como en el caso de las concesiones administrativas estatales (Telefónica, Campsa-Repsol, las eléctricas en general, y otras muchas, nacieron ya monopolios o como mínimo cárteles económicos). También ocurre a veces en la política que un partido que era monopolio-dictadura sigue en la lucha política con pequeñas modificaciones de nombre y fachada cuando se produce la transición. Algunos de ellos, son interesantes para la comunidad, como fue en España el caso de UCD, derivación en principio de alguna de las formas del movimiento nacional, léase franquismo y que sin embargo, resultó, y hasta abanderó la democratización del país. A veces, tenemos esas sorpresas, aunque duran poco. UCD desapareció en pocos años. Hizo una buena labor, pero se extinguío totalmente, los mismos militares reaccionarios se la cargaron. En definitiva, nuestras democracias son muy débiles como democracias.

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El tema más evidente, que además manifiesta una profunda contradicción entre «ser demócrata» y proclamarlo a todos los vientos y exigírselo a otros países; y actuar democráticamente, es la forma en que los líderes llegan a serlo, casi nunca de forma democrática. La Constitución española ayuda a ello, cuando se basa en una ley electoral donde los partidos son nombres, con un líder como máximo y unas siglas, y detrás de esos líderes una gran masa de militantes vinculados al «aparatique», la mayoría de ellos anónimos y que no suelen salir del anonimato en la mayoría de los casos, porque se dedican a levantar la mano o a no levantarla cuando lo dice el jefe del partido en el parlamento, el portavoz o su segundo. Se debe ganar mucho dinero, pero parece imposible que hagan tan poco o les dejen hacer tan poco. Lo cierto es que para llegar a ese anonimato es preciso «saber escalar» y hacerlo muy bien, hay que «saber mirar arriba», al arriba oportuno, al que va a ganar o ganará o ya ha ganado y nos adherimos. En caso contrario, si miras para otro lado, «lo llevas crudo». Hacer la guerra por tu cuenta en una democracia de partidos, y no de districtos o de circunscripciones, es un suicidio político, y aunque algunos lo hayan prácticado, no es lo común. Pero sigamos: los partidos no son precisamente muy democráticos por dentro. En España intentaron hacer unas primarias, les sirvió como juego ideológico, pero ya se han olvidado. Han vuelto los consensos o mejor lo que piensa el partido y a ti te pongo y a ti, no, y punto. Eso ocurre en todos los partidos, pero claro, estos «defectillos» siempre están más presentes en los grandes partidos. Cuanto más grande, más monopolista, y cuando más monopolista menos apego a la democracia y la libre circulación de «personas» y mercancías. Es una forma de hablar.

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Bien, pues a lo que iba, resulta que ahora tampoco hay libertad para presentarse a ser lider de los partidos. Se impide por la presión de los partidos y por las «¿amenazas?» y precisamente no muy encubiertas, sino explícitas. He tomado el revuelo que se está formando en el PP con este tema, a propósito de alguien que me cae horriblemente, que es la Aguirre, pero que aquí no quiero defenderla, sino que al menos haya un poco de democracia. La tomo como ejemplo. Resulta que la mujer no se siente bien representada por Rajoy, tiene ideas más radicales, bastante más, hacia la derechona, claro, y está deshojando la margarita de presentarse como alternativa a Rajoy, y ¿qué pasa? pues que Rajoy y sus «barones» le «aconsejan» que no se presente -siempre se utiliza el mismo argumento, el de romper la unidad, lo cual da idea de que los partidos son profundamente jerarquizados y dictatoriales en sus comportamientos-. No lo entiendo, pero si lo entiendo. No lo entiendo porque no debería ocurrir ese límite que no está en ninguno de los derechos de un militante o un lider de un partido político democrático; pero si lo entiendo, por lo que he ido bosquejando en los anteriores párrafos y que sintetizaría en: «han tomado el palacio de invierno o el sillón y no lo quieren soltar», ¿donde iban a estar mejor, levantando el dedo cuando nos lo dicen? ¿tendrían que hacer cosas útiles y menos retribuidas si se alejasen del poder? Me temo que no. No son buenos profesionales, no aman su profesión, no la han amado, no pueden ahora amar la política, sino que aman el poder, y el poder nos dice que hay que presionar y presionar con la máxima energía y fuerza para seguir manteniéndonos en el poder. Si te echan, estás perdido. Ya nadie va a hacer caso de tus palabras, al menos en España. Y sino miren lo mal que lo pasó Suárez, lo mal que lo pasó durante años, hasta que logró unos trabajillos, González y, lo horriblemente mal que lo pasó Aznar, con sus pataleos y denuncias lamentables; y lo mal que lo pasará Rodríguez cuando le toque irse. Sin pleitesías, sin que te vuelvan a preguntar más que segundones, sin privilegios -aunque tengan y se vayan con muchos-, sin más palabra que la que asesora y no siempre es oída, …… de verdad, lo comprendo, tiene que ser horrible. Tal vez por eso, y evitando «regresar», hacen lo que pueden, y hasta amenazar, para que otro no se presente como candidato. Un ejemplo más de la debilidad de la democracia formal (se dan cuenta de cómo se están tirando mutuamente de las orejas Obama y Híllary, y eso que son del mismo partido o ¿es porque son del mismo partido?)

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