Tengo ahora la impresión de que siempre estábamos jugando al futbol. Bueno, no es cierto, pero era algo que yo vivía de forma muy especial. Era parte de mí. Empecé siendo portero …. hacía «plangeones» como Ramallets. En realidad, me hería las rodillas en las aceras o en los campos, porque por supuesto no tenía rodilleras ni guantes ni nada. Eramos porteros sin nada, sólo un jersey de lana. Recuerdo muy jovencito un primer partido de jugué en un campo que acondicionamos -era un campo donde se secaba la ropa, se aireaba, se oreaba-, cerca de mi casa. No sé quienes jugábamos, pero supongo que serían los de mi calle contra otros, o quizás dos equipos de mi calle. En una salida que hice a los pies de un delantero, me dieron un golpe en la cabeza y quedé medio conmocionado. No pasó nada, pero yo me llevé un susto.
Me acuerdo que jugábamos en la calle a pases, y hacíamos que la portería -en la acera- abarcase dos portales, y había unos que se daban pases y otros tiraban. Yo, de portero, tenía que tirarme a pararlas. Las rodillas siempre sangrando. Bueno, antes «no había sida». Con los años fui destacando, y muchas veces, junto con otro que jugaba bien, eramos los que elegíamos a los que iban a ir con nosotros. Primero, resolvíamos quién elegía primero, y lo hacíamos a pasos. Eso consistía en poner o bien un pie derecho detrás de otro, o bien la mitad del pié; el que primero pisaba al otro, era el que elegía primero. Siempre queríamos elegir primero, porque había mucha diferencia normalmente entre los que podían jugar. Formábamos así los equipos, normalmente de cuatro o cinco por cada parte, y nos poníamos a jugar. Habré ganado muchos partidos, y también perdido otros muchos. Era bueno, pero no demasiado bueno.
Otra forma de jugar era a «los portales». Las calles casi no tenían transito, si acaso algún camión. Los coches eran algo raro. Se elegía un portal, y se defendía. Cada uno defendía un portal. Íbamos todos contra todos, es decir, cada uno contra todos. A veces, el frutero se enfadaba, y otras el de una taberna, que era muy oscura y había que bajar unos escalones para entrar en ella. También a veces, alguna madre que «daba al campo» salía a la ventana y nos decía que tuviéramos cuidado o se enfadaba porque habíamos dado un balonazo demasiado fuerte en su ventana. Casi siempre jugábamos con pelotas de goma, pelotas pequeñas. Alguna vez con pelotas de trapo, pero pocas. Las de trapo las utilizábamos en jugar uno contra otro, a meterse goles con la mano, utilizando la mano como si fuera una paleta. Poníamos unas piedras para formar las porterías y cada uno o de dos en dos defendíamos cada portería. Eso si se me daba mejor. Casi siempre ganaba. Siendo más mayor, muchas veces nos parábamos en el «acueducto», al pié, para jugar una partida cuando volvíamos de la Escuela de Comercio, a las dos de la tarde.
En esa época había, como ahora, dos grandes equipos: Real Madrid y Barcelona. Mi padre que no era de ninguno, le gustaba el Real Madrid de esa época, porque estaban Di Stéfano y Rial que eran argentinos, y además, jugaban mejor y ganaban títulos. El Barcelona jugaba demasiado horizontal -como ahora-. Yo era del De-por-ti-vo. Luego, al verlo por la tele en los bares cuando jugaba la Copa de Europa -y la ganaba- y viendo la opinión de mi padre -que yo estaba seguro que sabía mucho de futbol- me hice del Real Madrid. Además, en esa época llegué a jugar con Amancio, y Amancio fué al Madrid. Ah, y Suarez, que también era de La Coruña, era de la zona de la torre, y nunca me gustó. En fin, cuando llegué por primera vez a Barcelona, casi inmediatamente me hice de la ciudad y del Barça, aunque nunca apasionadamente. Era una época en que jugaba mejor al futbol. Ahora me pasa igual. Prefiero normalmente la forma de jugar del Barça, pero a veces me aburre, porque parece que no tienen sangre en las venas. Sin embargo, el Madrid tiene un estilo hasta tal vez demasiado agresivo para mi gusto, pero tengo que reconocer que cuando lo identifica, es arrollador. Por alguna razón, mis hijos son del Barça, y supongo que la «culpa» es mía. En realidad, yo sufría mucho cuando era pequeño con el Deportivo, que no era todavía el Depor, sino el De-por-ti-vo. Nos durmíamos animándolo con una palabra de cuatro sílabas, parecía más un salmo que un grito de ánimo. El Deportivo jugaba como si fuera argentino, siempre ha sido así; es su estilo. Pases cortos, muchos apoyos, cosas bonitas, pero poca efectividad. Mi padre decía que jugaba así influenciado por el éxito de la llamada «orquesta Canaro», que fueron un grupo de argentinos que lo llevaron a ser segundo en una liga por finales de los cuarenta. Me acuerdo de Corcuera, extremo derecho; de Oswaldo, interior derech; de Rafael Franco, delantero centro; y de Moll, que luego fue al Barcelona -le añadieron al joven Suarez como regalo en su traspaso-. También me acuerdo de Tino que era el extremo izquierdo y que tenía mucho «chut», pero que casi nunca acertaba. Los otros cuatro se «las ponían» como a «fernando VII». Algunas acertaba. Yo empecé a ir a Riazor con mi padre un año después del subcampeonato. Además, era todavía muy pequeño. Durante muchos años fue un suplicio el Deportivo, con bajadas y subidas constantes, como equipo ascensor. Yo sufría mucho. Pero seguía jugando a todo lo que fuera un balón con el pié.
Si el Barça es más que un club, el fútbol es mucho más que un deporte. Gran parte de mis mejores (y peores) recuerdos se encuentran asociados al mundo del balonpié. No sólo como jugador (durante ocho años o así) y como aficionado (desde siempre y por siempre, supongo), sino que también como canción de vida, el latir del esférico me ha acompañado en cada una de las etapas de mi existencia.
Fui un jugador extraño, zurdo y de maneras «raras», imprevisible, solidario pero con demasiado carácter. Un aficionado atípico, de los que llevan la profesión por dentro y prefiere evitar las grandes muchedumbres. El fútbol puso el aroma a muchas tardes de domingo en mi infancia, me quito de algunas cenas y me llenaba de pasión los sábados por la mañana, que es cuando jugábamos. Aunque siempre teníamos una buena excusa para hacerlo. Solíamos improvisar partidillos en la plaza de San Pablo (en Valladolid), usábamos la puerta de la Iglesia como portería. Lo que provocó que, en no pocas ocasiones, tuviésemos que salir a todo correr, pues -cuando nos pillaba- el párroco nos perseguía fuera de sus casillas bajo pena de excomunión. Creo que de ahí viene la raíz de mis animadversiones al clero en su conjunto.
Recuerdo momentos inolvidables a pie de barra, con los amigos, o en la más absoluta intimidad, en el salón de casa. Me gustaba combinar ambas sensaciones. Lo que una te quitaba, te lo daba la otra, y viceversa.
También recuerdo como los días que venían a vernos las chicas, corría más de lo habitual. Sobre todo, si había alguna que te gustara. Entonces, te desfondabas. Era el doble sabor de la victoria. Cuando metías un gol, todos te abrazaban pero tú corrías a dedicárselo a ella. El pitido indicaba que el partido concluía pero, realmente, éste no finalizaba del todo. Después, siempre, nos íbamos a tomar algo al bar. Es entonces cuando comencé a descubrir el placer de tomar una «clara» bien fresquita con una indescriptible ración de «bravas».
Por alguna razón que no logro comprender, he borrado dos veces este comentario confundiéndolo con spam …. quiero reparar a AnaBanani con su aportación, pidiéndole disculpas. Lo siento.
Futbol en la playa
A mi me gusta el fútbol gracias a mi padre, pero solo jugarlo, verlo hoy me aburre, es demasiado agresivo, aunque entiendo poco de fútbol percibo, quizás me equivoco, que hoy se ha aprendido mucho… a perder el tiempo…y se juega menos que antes.
De pequeños era todo un espectáculo ver el fútbol en mi casa, los gritos se oían a más de tres manzanas y sobretodo si el Barca metía un gol, son unos divertidos recuerdos, nos lo tomábamos muy a pecho, sobre todo mi padre y mis hermanos, yo participaba de la fiesta que es lo mío. Un recuerdo simpático de mi hermano pequeño, que sufría mucho con el fútbol, es que pasó una época en que le gustaba… un equipo irlandés o escocés… eso sí de nombres y equipos de fútbol no tengo ni idea, me gusta el deporte solamente…bueno pues mi hermano ponía la bufanda encima de la tele para que le diera buena suerte en el chute a los jugadores, yo flipaba… Era realmente divertido, inolvidables recuerdos de mi infancia, tanto lo fue que cuando me fui de “casa para siempre” me hice de una peña de fútbol del barrio de Lavapies…era una excusa excelente para reunirnos con amigos y pasarlo en grande viendo unos partidos en unos locales improvisados como bares del centro de Madrid donde veíamos fútbol proyectado en una sabana, con mesas de madera cubiertas con manteles de papel y asientos de campamento de verano. Los chicos se metían mucho con las chicas porque “las chicas no entendemos de fútbol, decían” eran muy divertidas las peñas de fútbol de Lavapies.
Aprendimos a jugar entre la playa y las patadas del colegio, aun me duelen los tobillos y la puntera de no poner el pie lo suficientemente lateral al tratar de darle un trallazo… pero no lo hacia mal del todo, me gusta poner mi buena energía en pasarlo bien, gracias a lo que nos enseño mi padre, él era quien organizaba los mejores partidos en la playa donde el terreno es bastante firme y vale bien para jugar si la marea esta muy muy baja que te deja un buen campo de fútbol.
Hace años que no juego pero ahora tengo dos motivos más para jugar de nuevo, mis hijos este verano daremos unas patadas más si el tiempo lo permite y los cambios climáticos no nos traen un tsunami o un huracán o un terremoto para el 2008… y trataremos de copiar el maravilloso juego de Pelé (que aunque yo era muy pequeña me acuerdo lo bien que jugaba, con que dulzura sin tanta agresividad… parece que bailaba con la pelota, eso decía mi padre)