El aprendizaje basado en la experiencia obliga a cambiar los ritmos y el ciclo formativo. Todo es como si fuera al revés. Lo que antes se hacía concentrado, ahora se hace rítmico y digerible, donde hay programados pasos entre las presencias y las ausencias. Las ausencias no son tales, sino continuidad del proceso de aprendizaje.
Por otra parte, en el aula, el aprendizaje parte de la experiencia, y no de la teoría y todo viene a ser casi al revés: primero, la experiencia y la información; luego, el análisis y la interrelación; más tarde, las hipótesis y modelos; después los desarrollos y programas, y finalmente, la contrastación nuevamente por los hechos. El proceso de aprendizaje parte de la realidad para llegar a la realidad, a partir de la deconstrucción de la teoría.
También el aprendizaje basado en la experiencia es básicamente práctico, es decir, busca ineludiblemente resultados, aplicaciones, vivencias, experiencias, aunque son experiencias conscientes -ya sabemos que se dan muchas experiencias que podíamos llamar tácitas o inconscientes y que no contribuyen decisivamente a la eficacia del aprendizaje, más que si las hacemos expresas y conscientes-.
La fórmula dos supone todo eso e interrelaciona, formas con contenidos, dándoles un nuevo sentido y sin duda, unos resultados bien diferentes a la enseñanza tradicional. Los modernos gustan de llamarlo sistémico, yo prefiero llamarlo estructural; sistémico me parece excesivamente técnico, tal vez sea deformación profesional. Me imagino el aprendizaje como un ciclo complejo y global, que interrelaciona variables y espacios, constituye un sistema en sí mismo de transformaciones continuas, y contiene autoregulación y reproducción, pero no como un círculo, sino como una espiral que se abre, y reitera sus encuentros con cada punto cardinal, pero siempre da un paso más y se acerca más al conocimiento.