Hace años, hablábamos más de dependencia y de explotación y de otros temas vinculados. Hoy nos hemos hecho «gente de bien» y cuando alguien dice algo al respecto, hasta desconfiamos. Pocos son los que se atreven a hablar de la realidad social, de la realidad social más acuciante que al final sólo acabamos viendo -si tenemos oportunidad y nos dejan- en otros países.

La «dependencia» nació en latinoamérica, impulsada también sobre todo por pensadores y teóricos franceses. Prebish, Furtado, Dos Santos, Amin, la CEPAL, por supuesto, y tantos y tantos otros. Yo quise hacer mi tesis sobre la dependencia, pero José Luis Sampedro me convenció sobre la dificultad de aportar algo nuevo en aquél «enjambre» de aportaciones. Todos, en mi época, estábamos enamorados de la dependencia. Y sin duda, la teoría de la dependencia, como alternativa al dominante «growth», cobró todo su esplendor en estos países iberohablantes. Ahora que he vuelto a visitar uno de estos países tengo la impresión de que sigue siendo, y más si cabe, actual. Sólo que ahora las cosas están más difíciles: las utopías casi han fenecido y hay una especie de «sálvese quién pueda» instalado en lo social. Estimo que la dependencia, con formas mucho más virulentas y explotadoras. sigue presente, muy presente. También en nuestros «despreocupado» primer mundo. Claro que aquí es más evidente. Ya lo creo.

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