¿Quién me iba a decir a mí a los dieciseis años que seria profesor-investigador de la UCM? No sabía ni lo que era la Complutense. Empezaba a saber lo que era la universidad, pero tampoco se crean. Vivía en un sitio que ahora llaman A Coruña, pero que nosotros decíamos La Coruña o A Cruña. Nunca había oido hablar de la primera expresión hasta que los normalizadores nos obligaron ver en todos las indicaciones de la carretera «A Coruña». En realidad, es una reiteración, porque el nombre ya indica en si mismo la dirección, por tanto, en los carteles el A resulta innecesario, pero es necesario. En fin, un rollo. Bueno, supongo que no es preciso aclarar que A en gallego es el artículo determinado femenino. Pero a lo que iba, ¿quién me iba a decir ….?
Vivía en un barrio donde empezaba lo marginal, era como un barrio-frontera -hoy ya no lo es, pero la ciudad se ha expandido-. Por encima estaba «San Luis», que tenía fama de que vivían «carteristas» -tengo que reconocer que uno de mis mejores amigos vivía allí al lado, en Senra, y nunca le ví robar cartera alguna; por otro lado, estaba el «Guruguru», expresión que supongo vendría de algún lugar de África, y que daba a entender que si llegabas allí traspasabas la frontera. Es curioso que repitiese ese palabro tan americano de Gurú, aunque con el acento llano. Ahí había un cine, el España, de re-re-estreno, que costaba 1,50 pesetas, y era el más barato de toda la ciudad. Yo vivía en una transversal a la famosa -en aquella época- calle Vizcaya, una de las calles del Carnaval, junto con la calle de La Torre -donde sigue vigente-. A mí la calle Vizcaya me parecía magnífica, había jugado al futbol -«a los portales: no había casi transito de coches u otros vehículos-, a la comba, a las bolas, a la bujaina -ya saben, peonza-, a «quedas», a ….. era el lugar de encuentro, y sobre todo, el número 7. Allí mismo estaba la frutería de un maragato, que tenía buena fruta. Enfrente estaba la pastelería, donde trabajaba mi amigo Baltasar. En la esquina un café, ya no recuerdo el nombre, pero los domingos siempre estaba lleno, sobre todo, desde el mediodía y por la tarde -por los churros-. En la otra esquina, había un «ultramarinos», es decir, una tienda, pero les llamábamos así. Había una viejecita que tenía un puesto de pipas y caramelos y cosas así, pero más que un puesto, eran unas cestas de mimbre que estaban llenas no sólo de golosinas, sino a veces también de verduras. Recuerdo sobre todo los «manojos de grelos y de navizas». Uno de mis amigos Tito, solía tener toda la atención. Quizás porque era un buen chico, pero también porque tenía una hermana, de la que todos estábamos locamente enamorados. Pero a ella, como a muchas chicas de su edad, le gustaban los chicos de más lejos, de otros barrios. Normal, a los hombres siempre nos gusta «la vecina de enfrente o de al lado», debe ser por timidez, por comodidad o por …. yo que sé. Lo cierto es que era así. Las chicas eran muy agradables, aún a pesar de que les gustaran los chicos de otros barrios. Siempre jugábamos, y más cuando éramos más jóvenes, de doce, trece o catorce. Luego, poco a poco, todos nos fuimos independizando y saliendo del barrio y de la calle Vizcaya. Por cierto, en el número siete vivía la hermana de Tito.
Yo iba a la Escuela de Altos Estudios Mercantiles, ¿a que suena bien?. Cuando nos decían que íbamos a la Escuela de Comercio, no nos gustaba, nos parecía que nos hacían de menos. Entré en un exámen de ingreso, escrito y luego oral, a los diez años, bueno, antes de cumplirlos. Mis compañeros eran todos más mayores que yo, al menos dos años más, menos dos amigos, que lo fueron más por solidaridad de edad, Meije y Pereira. Se llamaban Jose y Jorge, pero nos solíamos llamar por el apellido. Pereira al principio era más amigo, porque vivía por mi barrio, cerca, en una de las paradas del autobús. Meije, sin embargo, vivía en San Andrés, al otro lado de la ciudad. Lo cierto es que al final, ya a los 18, y por razones de «clase» (social, claro), las relaciones entre Meije y yo se hicieron más intensas, y todavía perduran, somos complementarios en muchas cosas, y siempre hemos respetado nuestras diferencias, es más, las hemos admirado en el otro. En la Escuela competí -y es la expresión más correcta, porque la competición era mutua- con Quintás, que ahora es presidente de la CECA, una persona seria y trabajadora, que me llevaba algún año, un tipo estupendo, aunque en esa época nuestras relaciones solían ser tensas por culpa de los problemas y ejercicios de contabilidad, donde éramos junto con Jorge, líderes en la clase.
Los profesores eran en general extraordinarios, y pude comprenderlo mejor según he ido madurando. Por supuesto, había algunos «mantas», pero el nivel era muy bueno. Me acuerdo de «la Sra, Lens», de Geografía, me encantaba como explicaba y como nos motivaba. A ella debo mi afición a los mapas y también a los viajes y a la naturaleza. Deseaba tener clase con ella. También me acuerdo de mi profesor de Historia, era maravilloso que te contase sus «batallas» y luego te examinase con tipo test. Ahí me descubrí como un buen contestador de exámenes tipo test. Además, tenía una mujer guapísima, que era profesora ayudante de literatura. Además, era encantadora. No me acuerdo de sus nombres, pero nunca me olvido de ellos. ¡Cómo no voy a acordarme del director de la Escuela, que nos daba francés, aunque sólo fuera por aquello de que cuando dudase de algo, dijera lo primero que se me ocurriese, sin miedo, una gran enseñanza!. También de Montells y sus derechos. Y del extraño Serafín de contabilidad y gestión de empresas. O del famoso Sande, a la sazón subdirector o director del Banco Pastor, que nos enseñaba como «defraudar a Hacienda», alucinante para que eso ocurriese en una enseñanza oficial. Pero el conjunto era muy bueno, muy profesional y aprendí mucho, casi sin darme cuenta, como suele ocurrir en esas edades. Claro que el trabajo estaba muy vinculado al placer, sobre todo al futbol en la calle, delante de la Escuela, dentro, en los pasillos, en la entrada, en todos los sitios. Siempre estábamos jugando al futbol. No era de los mejores, pero no era de los peores. Jugaba bien, y hasta llegué a jugar en juveniles, con un buen equipo en el jugaban Amancio, Jaime Blanco y otros después muy conocidos. Claro que a mi me ponían de extremo, porque era peor. Recuerdo que a los dieciseis o así fuimos a Santiago a jugar las finales con los universitarios y nos metieron ocho a cero, y yo tuve que jugar de portero, porque el titular se había indigestado. Menuda vergüenza, menos mal que no me podía ver mi padre, que por cierto había fundado el S.D. Portazgo allá por la II República. A mi padre lo tenía en un pedestal en eso del futbol. Jugaba muy bien, le tocaba muy bien a la pelota. Y le gustaba jugar conmigo. Pero un día, como me estaba desmadrando con el futbol, me dijo: «Roberto, no pasarás de ser un regular jugador de segunda división, mejor dedícate a estudiar, vales más para eso». Y tuvo razón, es otra enseñanza de mi primer y gran maestro.
Bueno, otro día contaré más cosas ……. hoy ya he escrito mucho.
Querido Roberto,
A pesar de la niebla con la que el tiempo acaba ocultando todo lo que ya queda anotado en la memoria del olvido, tus líneas me han situado en aquel cuadro en el que nos movíamos cuando nuestras vidas maduraban en el entorno de la que tú prefieres llamar por su verdadero nombre, Escuela de Altos Estudios Mercantiles de La Coruña.
Quizás a tí te resulte difícil recordarme, pues no participaba al nivel que tú aludes, en aquella competición de avanzados como Quintás.
Encontrar tu web y leerte ha sido una gran alegría para mí, lo mismo que saber de tu trayectoria exitosa.
Por ello, te felicito muy sinceramente y aprovecho para hacerte llegar mis mejores deseos para tí y los tuyos.
Armando Fernández Regueira
Acabo de enviarte un correo en respuesta al tuyo y por tres veces me ha sido devuelto.
Voy a tratar de pegar aquí el texto, pero lo que no podré hacer es enviarte por aqui las dos fotografías que en él menciono.
…..
Querido Roberto.
La alegría es recíproca.
La foto que me envías es un muy grato refresco a mi memoria, y ello a pesar de que yo no estoy en ella, pero me permite recordar aquellos compañeros de los primeros momentos de aquella importante etapa de nuestra vida. ¿Sabes de qué año es esa foto?, desde luego parece anterior a las que yo ahora te envío.
Efectivamente, el que está de pie a la derecha es Regueira, creo que José Rodríguez Regueira. Recuerdo que él tenía un hermano en un curso más adelante que el nuestro. En resumen, otro Regueira.
Hace años que este Regueira tuvo un programa en la tele que consistía en algo así como unas carreras de caracoles.
Una vez pasó por Ourense, nos encontramos en el Hotel San Martín y desde entonces no he sabido nada más de él. De eso hace ya más de 15 años.
Bueno, quizás te guste recibir estas dos fotos que yo tengo de aquellos tiempos algo menos lejanos que el de tu preciosa foto del equipo de futbol.
En la de 1958 estamos varios compañeros que seguro reconocerás, con nuestros flamantes diplomas de Matrículas de Honor de aquel curso. El mío me lo había dado Dª Rosa en aquella asignatura que se llamaba Materias Primas y Mercancías. Yo soy el de la izquierda.
En la foto de 1959 estamos – de izquierda a derecha –
No recuerdo su nombre
Suárez Aldao
Yo
Rodríguez Tubío
Gerardo Martínez García.
Ya más adelante, fue en la primavera de 1961, cuando estábamos con los exámenes de fin de carrera, que yo me había presentado a unas oposiciones del Banco de La Coruña.
Mi destino inmediato fue la oficina de Vigo y eso supuso mi separación de todos los que habíais sido mis compañeros durante aquella inolvidable etapa.
Luego vino la mili, viajes, cambio de trabajo, más viajes, me caso, hijos, nuevo cambio de trabajo, de nuevo viajes, Alemania, otro trabajo ya en España, luego, en 1976 mi propia empresa y de ahí a la semi jubilación actual, felizmente acompañado por seis nietos y toda la familia.
Si tienes más fotos de aquella época y entorno, me gustará tener copia.
Agradezco tus noticias y aprovecho para reiterar – desde la plataforma del último día del año – mis mejores deseos de felicidad para todos los años futuros, para ti y los tuyos.
Un cordial abrazo.
Armando Fernández Regueira
Vivo en Venezuela hace 57 años. Ingresè a la escuela de Altos Estudios Mercantiles y mi madre resolviò que nos trasladarìamos a Venezuela donde se encontraba mi papà. Mi hijo mayor viaja todos los años a La Coruña. Quisiera saber si existe esa escuela donde ingresè habiendo estudiado antes con la profesora Carmen Montoro en la Rua Nueva.
Si, existe el mismo edificio, pero no existe la Escuela de Altos Estudios Mercantiles …. ahora es la Facultad de Empresariales …. Hace 56 años ingresé yo en dicha escuela … y estudie peritaje y profesorado mercantil …. si quieres saber algo más puedes escribirme a robertocarballo@gmail.com Un abrazo
Gracias amigo Carballo por su respuesta. Todavìa conservo mi carnet de ingreso, el cual tenìa impresa la fachada de dicha Escuela. Una vez concluìdo el primer año me vine a Venezuela, con doce años recièn cumplidos. Soy profesora de Matemàticas, hoy ya jubilada y vivì en mi querida Coruña en la calle Cordelerìa. Mi hijo ha visitado el pequeño edificio que està en remodelaciòn. Saludos afectuosos,