Era un buen hombre, era un buen padre, era un buen hijo, era mi primo, era un ser humano. Recuerdo que en 1963 llegué a Madrid, venía a estudiar y trabajar. Desde el primer momento, estuvo mi primo, seis años más mayor, pero siempre ha sido como un segundo padre. Recuerdo que al principio iba sólo a comer a la casa particular donde él vivía con una familia muy agradable que también recuerdo, tenía un perro, creo que un boxer -no soy conocedor de las razas de perros-, a mi me asustaba, e iba los domingos a comer con ellos. Debió ver en mí cosas que apuntaban, porque al poco tiempo me propuso estudiar por «oficial», en vez de hacerlo por libre, como tenía que hacer hasta ese momento y estudiar «por oficial», significaba ir por la mañana a la universidad y dejar de trabajar, es decir, él y sus padres me ayudaban a pagar lo que yo no podía. Me financiaron un año; el segundo conseguí no pedirles nada, pero fue un salto: «estudiar por oficial» para un «popolano» como era yo, era mi ilusión. Después, surgió la oportunidad de incorporarme como «ayudante del ayudante» en la cátedra de José Luis Sampedro, que él realmente gerenciaba. Entramos más de veinte alumnos de cuarto, a los dos años no quedábamos más de cinco, y diez años después, solo quedaba yo haciendo carrera universitaria, pero sin su ayuda no hubiera sido posible. Es cierto que el prof. Fuentes Quintana quería que fuera a su cátedra, pero a mi me gustaba la Estructura, y menos la Hacienda Pública. Estar cerca de mi maestro fue una gran oportunidad; recuerdo que mientras estudiaba doctorado y trabajaba en un periódico económico de asesor, iba a sus clases auténticamente magistrales, y aprendía, vaya si aprendía. Mientras tanto, daba clases prácticas: hacía tablas de profesor dando clases prácticas, con ese acento que recuerda tan bien mi amigo Fernando Ortega: «en un país x tenemos los siguientes datos …..». Y la coordinación de las prácticas la hacía Rafael, y no sólo coordinaba realmente las prácticas, teniendo reuniones de coordinación con todos nosotros, sino que me acuerdo que siempre nos invitaba a cenar una vez al año, al final del curso, normalmente nos llevaba a «A Casiña», en el puente de los franceses. Otra vez me ayudó de manera significativa, poco después, me consiguió un trabajo en el servicio de Estudios Económicos del Ministerio de Industria, cuando tuve un gran problema económico, dado que me había casado, tenía una hija y estaba en el paro. Han sido tres hitos importantes que dicen mucho de una persona: siempre estaba por ayudarnos, siempre estaba por ayudar, siempre estaba dispuesto a dar lo que tenía. ¿Qué más se puede pedir a alguien?. Ha muerto, de repente, y aunque hace tiempo que cada cual tenía una vida independiente del otro, yo no olvido a quién me ha ayudado tanto. Para muchos he sido durante mucho tiempo «el primo de Rafael». Los que me conocen saben que no es así, que Rafael ayudaba a quién se lo pedía, y probablemente no he sido yo el más beneficiado de su bondad, porque en cuanto he tenido unos recursos propios yo mismo lo he evitado. Si no hubiera sido mi primo, le hubiera pedido más y hubiera quizás en algunas etapas de mi vida, vivido mejor. Pero me alegro de haber sido y sentirme su primo, porque no ha sido sólo eso, ha sido un segundo padre para mí, sabía que siempre estaría allí para ayudarme si lo necesitaba, y eso solo lo hace un gran padre.

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Lo que más destacaba de Rafael, en mi opinión, eran dos cosas: su profesionalidad y dedicación al trabajo, su gran intensidad profesional, se sentido del deber para con los otros; y por otra parte, su lealtad a la idea de familia. Era un gran trabajador, y era un hombre familiar, dos caracteres muy gallegos, por cierto, muy muy gallegos. El otro gran aspecto de su carácter es lo que hacía que fuera un gran profesor: te daba todo lo que tenía. Es más, si tenía algún punto débil es que no me parece que se dejara ayudar, tenía que mantener esa imagen de padre autosuficiente y restañador de heridas del hijo. Por eso era un gran profesor, porque le gustaba enseñar, le gustaba dar, le gustaba que los demás crecieran. Era una persona sin envidias, era una persona que te apoyaba.

En fin, todo esto lo he escrito de corrido, quizás haya dicho algo inconveniente, pero mis sentimientos están con los seres humanos que son como Rafael. Descanse en paz, hombre del atlántico, aunque me temo que seguirá teniendo a alguien a quién ayudar.

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2 comentarios en «Un padre, un maestro»

  1. Sineto mucho la perdida.
    He de decirte que a veces me paso por este blog suyo, que a veces estoy a punto de comentar algo, pero buno, hoy he hecho un esfuerzo.
    Es un buen acto el que ha hecho con este texto, en la memoria, pues que mejor broche a una vida, que una memoria digna.
    En segundo lugar, el conocer sobre como ha sido la vida, como ha ido creciendo personas que ahora son mis profesores, son a veces las mejores clases.

  2. Dentro de algo más de dos semanas haré, al fin, la lectura de mi Tesis Doctoral. Han sido años de grandes trabajos estos últimos, de tantas clases impartidas en la Universidad, de tantas horas pasadas en el banco, en mi empresa, de tantas tardes de domingo pasadas frente al ordenador escribiendo capítulo tras capítulo cuando creía que ya no me quedaban más fuerzas… Aunque nunca he llegado a pensar en abandonar, en dejar el Doctorado, sí ha habido muchos momentos en los que he pensado que jamás iba a ser capaz de terminarlo con dignidad. Al final de todos ellos, siempre me he encontrado con un correo electrónico, con un comentario, con una conversación teléfonica, con una sonrisa medio pícara y medio burlona de mi Director de Tesis Doctoral, Rafael Martínez Cortiña. Mi querido profesor de Tesis ha sido mucho más que un buen profesor que tanto me ha apoyado y animado, que un fantástico Director de Tesis; ha sido algo más parecido a un padre y a un maestro. Puedo decir que ha marcado mi vida para siempre y que jamás le olvidaré. El próximo 19 de abril iré a la presentación de mi Tesis, de la que tanto habíamos hablado él y yo y que tanto habíamos preparado. Y él estará presente; en mi corazón, en mi pensamiento y en el trabajo que preparamos en los últimos años. Mi lectura va a estar dedicada a él y, después, cuando vaya a la típica comida con los miembros del Tribunal, recordaré la apuesta que casi me hace, bromeando sobre cuál creía él que iba a ser la nota final, y que no me hizo porque, como él mismo dijo, le iba a invitar a comer de todas formas. Querido profesor; ese sentido del humor, ese rigor argumental, esos conocimientos compartidos generosamente conmigo no me abandonarán nunca. Hasta siempre.

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