Estaba pensando sobre la dirección y llegaron a mí las Nobles verdades de Buda. Dice Marinoff en un libro que nos ha hecho felices, también a veces releyéndolo que «el budismo defiende la igualdad moral de las personas, pero aboga por la responsabilidad individual, asi como por la compasión hacia el prójimo». No es una curiosidad, es mucho más, es maestría la que se destila en esas palabras, que como las grandes palabras, fueron «traducidas» por discípulos y estudiantes. No quiero dejar de recordar que el budismo, tan bien reflejado en el Sidahartta por Hesse, gira en torno al postulado fundamental de que todo cambia, como un rio, y que es preciso comunicarse con el cambio, con el rio, para entenderlo y para saber anticiparse a su fluir.

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«Las acciones son buenas, decía Mill, en la medida en que tienden a promover la felicidad, malas en la medida en que tienden a producir lo contrario de la felicidad. Por felicidad se entiende placer y ausencia de dolor; por infelicidad, dolor y privación del placer». Nuestros actos, también como directivos, conllevan placeres e infelicidades, en gran medida por su inconsciencia al aplicarse y producirse como tales actos. Según actuamos producimos en nosotros mismos y en el entorno, placeres e infelicidades sin medida y sin parar. Ser conscientes no sólo de los efectos, sino anticiparse y preparar conscientemente nuestros actos reduce esas tensiones y facilita el estado motivacional nuestro y de nuestro entorno. Los directivos han de saber el tremendo efecto que tienen sus actos, su efecto a veces motivante y otras desmotivante. Profundizar sobre el setting metodológico que alumbra las acciones de cada uno, es un gran reto, un reto de consciencia, un reto humano, y como tal, es de una gran importancia para la vida.

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