La innovación es una necesidad global del estado de las cosas en el mercado mundial; dicho en otras palabras, de los niveles reales o sentidos de competitividad empresarial.
Las empresas aspiran a la innovación como receta mágica “que nos saque de pobres”, como las quinielas o la loto. Se piensa en la innovación como algo imprescindible y necesario de inmediato para “llegar antes” o “ser más” o “conquistar mejor” clientes y mercados. Y hasta aquí sólo un punto de preocupación: se vive la innovación más como ideología que como proceso complejo, más como un “chasquido de dedos” que como un “arremángate y trabaja”, más como algo puntual e inmediatamente transformador que como un mundo de incertidumbres sólo superadas por el esfuerzo, y así nos va en el cuento.
Cuando nos presentan una nueva forma de hacer las cosas, como estamos esperando algo salvador, hacemos “lecturas” ideológicas de esas nuevas formas y en lugar de contemplar el conjunto, nos perdemos en aspectos que aun estando contenidos en el nuevo método, sólo son un aspecto parcial de lo propuesto.
Y estaba pensando en la famosa re-ingeniería de Hammer. Tendemos a ver más lo marginal en la propuesta de Hammer que lo substancial que consiste en añadir algunos matices a lo que ya vienen diciendo otros autores. Y curiosamente, los matices en que nos paramos son los que hacen referencia al “chasquido de dedos” y “ya está” –en este caso, ese “poner todo patas para arriba” del proceso reingenieríl -; sin embargo, obviamos algo. Tan significativo como que se está hablando de procesos y no de resultados, dando por supuesto implícito que los resultados son consecuencia de un proceso y la calidad del mismo conlleva la “calidad” de los resultados –obsérvese que esto significa que entonces el énfasis no está en los beneficios, sino en la caja negra del proceso que puede llevar a alcanzarlos-.
En este contexto social, hablar de innovación es muy difícil, y proponer acciones o métodos innovadores todavía más. En mi concepción lo menos innovador en términos sociales- tal y como se entiende- es proponer un proceso innovador. Un Proceso innovador es algo cotidiano; no tiene nada de extraordinario, ni necesariamente sugerente, no contiene la mayoría de las veces espectáculo ni cambios inmediatos. Un proceso innovador es algo que nace del esfuerzo y de la experiencia y que tiene “raíces” teóricas y sociales y personales- sin tradición, sin experiencia, no hay modernidad, ni innovación-.
Innovar no es cambiar, y menos cambiar inmediatamente, aunque una resultante de la innovación sea un cambio, consecuencia de un proceso. Innovar es, sobretodo, experimentar, vivir con conciencia y con método. Innovar es aprender en la experiencia y esta proposición es “muy vieja”-no innovadora-. Innovar es experimentar hay que tolerar el error propio y ajeno como fuente de aprendizaje y de mejora permanente. Claro que dicho así puede llevar a grandes desorientaciones como aquello de “tirase a la piscina y luego aprender a nadar”. Lo que creo cierto es que la innovación no es una consecuencia de un cambio, sino de un proceso de mejora, de esfuerzo permanente, donde no se olvida la memoria, la experimentación, lo ya aprendido, y donde se intenta hacer y aprender en un mismo proceso que conlleva una práctica sobre lo ya pensado.
Siempre que hay innovación hay un cambio. Siempre. Por tanto creo que ambos conceptos están relacionados. El principal problema es que innovar es difícil. Estamos acostumbrados a nuestra rutina, y da miedo que podamos perder esa estabilidad que tanto nos ha costado construir. Creemos que si día a día repetimos nuestros actos como autómatas es que todo “marcha” bien. Pero lo más seguro es que no suceda así. Nos estamos refugiando en una falsa seguridad para no ser rechazados (por si nos tropezamos o nos perdemos intentando caminar por un camino distinto al que nos han marcado). Tenemos miedo de romper con las reglas implícitas que hay dentro de nuestra sociedad. Sólo con pensar en cambiar o con hacer algo distinto no es suficiente, pero es un primer paso.
Casi todo el mundo aprovecha la navidad, y sobre todo noche vieja, para hacer un balance de su vida a lo largo de ese año, proponiéndose mejorar, cambiar…pero parece que los efectos del champán o de la sidra acaba borrando los escasos momentos de atrevimiento que nos han impulsado a tomar las riendas de nuestra vida, convirtiéndonos en actores, dejando de ser meros espectadores.
Aprovecho la ocasión para deserte una Feliz Navidad y buena entrada en este Año Nuevo (a ver si conseguimos ser aunque sea un poquito más emprendedores).
Saludos!!