En el epílogo del libro «Innovando en la empresa», recupero a Confucio. Algunas veces he hecho evidente a algún alumno o compañero estos párrafos de lectura, que también tienen un cierto entronque con Epicuro. Placeres perjudiciales y placeres beneficiosos, que opción tan curiosa, y que a la vez orienta tanto sobre el buen hacer y su gobierno. A veces, también recuerdo a Voltaire cuando decía que el trabajo nos evitaba tres males: la pobreza, el vicio y el aburrimiento. ¡Qué interesante es mirar para ¿atrás?, más bien diría yo, que a los lados …. y encontrar maestros!

«Decía Confucio que los placeres perjudiciales eran «el lujo extravagante, la ociosidad disipada y la juerga constante», y que los placeres beneficiosos eran también tres: «disfrutar con los rituales y la música bien compuestos, hablar de las virtudes de otros y tener abundancia de amigos que sean hombres excelentes». Al menos, dos de los placeres perjudiciales están demasiado presentes en nuestra cultura y otros dos de los placeres beneficiosos no están suficientemente representados.

El trabajo en nuestra cultura sigue siendo, en gran medida, un castigo, algo que se hace porque no queda más remedio o para pasar; no se disfruta haciendo cosas útiles para uno mismo y para los demás, o no se disfruta bastante. La «juerga constante» que se ha extendido ampliamente entre toda la población en los últimos quince años: estamos en el «mejor país», y pensamos que a él aspiran otros muchos pueblos, entre otras cosas, porque nuestra «movida «(sic) es única. La música no está precisamente entre nuestros placeres -parece que no tenemos tiempo para disfrutar de ella . Tampoco encontramos -parece ser- mucho placer en hablar bien de otros, en resaltar sus virtudes; más bien al contrario, encontramos placer en hablar mal y resaltar sus defectos. Dejo a un lado lo de los amigos excelentes, porque parece una proposición más subjetiva y puede que no nos pongamos de acuerdo.

En cualquier caso, creo que el repaso es suficiente: les he recordado que no estamos en el mejor de los mundos y que no es conveniente engañarse. Y lo que les propongo es que seamos conscientes de cómo somos y de cómo actuamos. No es necesario que nos comparemos con otros, ni siquiera que nos sintamos mal porque seamos «peores» que otros. Lo realmente importante es saber cuales son nuestros límites y nuestros puntos débiles y reconstruir un yo más fuerte , más flexible y más preparado para acometer tareas cada vez más complejas»

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